Reflexión martes 11 de julio
Lectura del santo evangelio según san Mateo 19, 27-29
En aquel tiempo, dijo Pedro a Jesús:
«Ya ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido; ¿qué nos va a tocar?».
Jesús les dijo:
«En verdad os digo: cuando llegue la renovación y el Hijo del hombre se siente en el trono de su gloria, también vosotros, los que me habéis seguido, os sentaréis en doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel.
Todo el que por mí deja casa, hermanos o hermanas, padre o madre, hijos o tierras, recibirá cien veces más y heredará la vida eterna».
Palabra del Señor
Reflexión
Celebramos hoy la fiesta de San Benito, fundador del monacato occidental, proclamado patrono de Europa por el papa Pablo VI en 1964.
Dice San Juan Pablo II que San Benito vino a ser también indirectamente el precursor de una “nueva civilización”.
La vida benedictina aparece como una ardiente búsqueda de Dios; como un poner a Dios en el centro: no anteponer nada al amor de Cristo. Es subrayar el primer mandamiento: Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón… (cf. Dt 6, 4). Es recordar que la verdadera sabiduría es vivir uno de los dones del Espíritu Santo: el temor de Dios.
La verdadera sabiduría no consiste en acumular información. La información puede ser poder mundano, pero no sabiduría evangélica.
La verdadera sabiduría, que es poder saborear la vida, disfrutar de la vida de cada día, es uno de los dones del Espíritu Santo, y proviene de escuchar y acoger confiadamente la Palabra de Dios. De su boca proceden el saber y la inteligencia.
El sabio ve el amor de Dios en medio de su vida y, por eso, el Salmo 33 se cumple en él: Bendigo al Señor en todo momento. Sí, en todo momento; no en “casi” todo. También en la cruz, porque en ella te encuentras con el Resucitado, que por el don de su Espíritu lo hace todo nuevo.
El sabio tiene siempre la alabanza en su boca, su alma se gloría en el Señor; en la certeza del amor y de la fidelidad de Dios, aunque a veces parezca lo contrario.
Por eso, experimenta que el Señor le libra de todas sus ansias; que el Señor le escucha, le acompaña, le muestra que la muerte ha sido vencida, y que el Señor es capaz de sacar vida de donde parece que solo hay muerte: de tus problemas, de tus sufrimientos, de tus fracasos, de tus debilidades, de tus heridas, de tus pecados…
Si, ahí, en tu cruz, en tu historia, puedes contemplar a Jesucristo Resucitado, que vive y está contigo, tu rostro no se avergonzará, quedarás radiante; verás cómo el ángel del Señor acampa en torno tu vida y te protege: no quitándote los problemas, sino viendo como el Señor pelea por ti y con Él sales victorioso…