13 feb

Reflexión martes 13 de febrero

Lectura del santo evangelio según san Marcos (8,14-21):

En aquel tiempo, a los discípulos se les olvidó llevar pan, y no tenían mas que un pan en la barca.
Jesús les recomendó: «Tened cuidado con la levadura de los fariseos y con la de Herodes.»
Ellos comentaban: «Lo dice porque no tenemos pan.»
Dándose cuenta, les dijo Jesús: «¿Por qué comentáis que no tenéis pan? ¿No acabáis de entender? ¿Tan torpes sois? ¿Para qué os sirven los ojos si no veis, y los oídos si no oís? A ver, ¿cuántos cestos de sobras recogisteis cuando repartí cinco panes entre cinco mil? ¿Os acordáis?»
Ellos contestaron: «Doce.»
«¿Y cuántas canastas de sobras recogisteis cuando repartí siete entre cuatro mil?»
Le respondieron: «Siete.»
Él les dijo: «¿Y no acabáis de entender?»

Palabra del Señor

Reflexión
Ayer, la Palabra nos invitaba a vivir contentos en medio de la prueba, y decíamos que para ello hemos de vivir las pruebas con el Señor.

Hoy nos lo recuerda también el Aleluya: El que me ama guardará mi palabra y mi Padre lo amará, y vendremos a él.

Esta es la clave de la perseverancia: permanecer firmes en la fe, unidos al Señor, viviendo en su Cuerpo, que es la Iglesia.

El que persevere hasta el final, se salvará: recibirá la corona de la vida que el Señor prometió a los que lo aman.

Hoy, la Palabra nos habla de la realidad de la tentación. Una cosa es la prueba, y otra la tentación. Dios no tienta a nadie. Dios prueba a los suyos, sólo Satanás los tienta. La tentación para el mal no sale de Dios.

Cada cristiano debe librar un combate, no contra adversarios de carne y de sangre, sino contra Satanás y sus aliados (cf. Ef 6, 10s; 1 Pe 5, 8s).

La fuente del mal está en el corazón del hombre. El pecado procede del corazón del hombre y le lleva a la muerte: A cada uno lo tienta su propio deseo cuando lo arrastra y lo seduce; después el deseo concibe y da a luz al pecado, y entonces el pecado, cuando madura, engendra muerte.

Por eso, hay que estar atentos al corazón, herido por el pecado original, y hay que discernir lo que en él aparece. Discernir significa buscar la voluntad de Dios, ver si eso que aparece en tu corazón, viene del Señor o viene del enemigo.

Y para ese discernimiento, es necesario escuchar al Señor, que nos habla a través de su Palabra, como nos ha dicho hoy: Dichoso el hombre a quien tú educas, Señor.

¡Ánimo! Cuando te veas tentado, ¡invoca al Señor! ¡Pide el Espíritu Santo!

Porque el Señor no rechaza a su pueblo ni abandona su heredad… cuando me parece que voy a tropezar, tu misericordia, Señor, me sostiene; cuando se multiplican mis preocupaciones, tus consuelos son mi delicia.

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