16 jul

Reflexión martes 16 de julio

Lectura del santo evangelio según san Mateo (11,20-24):

En aquel tiempo, se puso Jesús a recriminar a las ciudades donde había hecho casi todos sus milagros, porque no se habían convertido: «¡Ay de ti, Corozaín, ay de ti, Betsaida! Si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que en vosotras, hace tiempo que se habrían convertido, cubiertas de sayal y ceniza. Os digo que el día del juicio les será más llevadero a Tiro y a Sidón que a vosotras. Y tú, Cafarnaún, ¿piensas escalar el cielo? Bajarás al infierno. Porque si en Sodoma se hubieran hecho los milagros que en ti, habría durado hasta hoy. Os digo que el día del juicio le será más llevadero a Sodoma que a ti.»

Palabra del Señor

Reflexión

La Palabra hoy nos sigue llamando a la conversión. El Aleluya nos da la clave: No endurezcáis hoy vuestro corazón; escuchad la voz del Señor.
Si ayer hablábamos de la trampa del fariseísmo, hoy la Palabra nos previene contra la rutina y la desidia que acaban llevándonos al endurecimiento del corazón.
A veces, no nos damos cuenta. Pero poco a poco va entrando en nuestro corazón la rutina y, tras ella, la tristeza. Y luego el desencanto,  que hace que no acabemos de gustar, de saborear la vida que el Señor nos ha regalado y nos hace dudar del amor de Dios.
Y ese camino, nos lleva a una sordera espiritual que no te deja escuchar al Señor que cada día te dice que te ama, y así el Evangelio acaba por dejar de ser una buena noticia para convertirse en un conjunto de normas con las que no puedes y vas “trapicheando” con ellas.
Y, esta sordera te lleva a una ceguera que no te deja ver a Dios en medio de tu vida. No te deja ver que tu vida entera es el espacio de un milagro; que tu vida no es fruto de la casualidad sino una hermosa historia de amor y de salvación que Dios está haciendo contigo: Ay de ti, Corozaín, ay de ti, Betsaida! Si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que en vosotras, hace tiempo que se habrían convertido… Y tú, Cafarnaún, ¿piensas escalar el cielo? Bajarás al abismo.
¡Pide el don del Espíritu Santo! Dile: dame un corazón nuevo, un corazón de niño, humilde y confiado, que me pueda sorprender cada día de los milagros que haces en mi vida, y de mi corazón brote la gratitud y la alabanza.
La humildad te llevará a la confianza, y ésta te abrirá el oído y los ojos para que cada día escuches: Tú eres mi hijo amado y, así vivas con corazón de enamorado.

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