Reflexión martes 20 de septiembre
En aquel tiempo, vinieron a ver a Jesús su madre y sus hermano, pero con el gentío no lograban llegar hasta él. Entonces lo avisaron: «Tu madre y tus hermanos están fuera y quieren verte.»
Él les contestó: «Mi madre y mis hermanos son éstos: los que escuchan la palabra de Dios y la ponen por obra.»
Palabra del Señor
Decíamos que Jesús no quiere poner un parche en tu vida, quiere hacerte un trasplante de corazón: cambiar tu corazón de piedra regalándote un corazón nuevo, un corazón de carne (cf. Ez 36, 25-28).
Ser cristiano es vivir la vida como un encuentro personal con Jesucristo vivo y resucitado. Es haber descubierto que Dios te ama gratuitamente, es decir: con un amor que no te lo tienes ganar, que no lo tienes que merecer. ¡Dios no dejará de amarte nunca! Dios te ha creado por amor y te invita a vivir una vida de amistad y relación personal con Él.
Ser cristiano es escuchar la llamada de Jesús, que te dice: ¬ Ven y sígueme es comenzar una vida nueva: hay que nacer de nuevo, nacer de agua y de Espíritu (cf. Jn 3, 3-5), y entrar a formar parte de una nueva familia: la Iglesia, con unos hermanos concretos que el Señor te ha regalado para caminar juntos hacia la meta del cielo.
Ser cristiano es dejarse hacer por el Espíritu Santo. Él es el que hace en ti la obra de la nueva creación.
Y esto se manifiesta con un cambio en la manera de vivir: la conversión. Acogiendo el amor de Dios manifestado en Jesucristo recibiendo el perdón de los pecados, entregándoselos al Señor.
Y la pertenencia a la nueva familia de los discípulos de Jesús, a la Iglesia, se manifiesta no con los lazos de la sangre o con un vínculo meramente formal, sino cumpliendo la voluntad del Padre: Mi madre y mis hermanos son estos: los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen. No todo el que me dice “Señor, Señor” entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos (cf. Mt 7, 21).