Reflexión miércoles 11 de mayo
Del evangelio según san Juan 12,44-50
En aquel tiempo, Jesús dijo, gritando:
– «El que cree en mí, no cree en mí, sino en el que me ha enviado. Y el que me ve a mí ve al que me ha enviado. Yo he venido al mundo como luz, y así, el que cree en mí no quedará en tinieblas.
Al que oiga mis palabras y no las cumpla yo no lo juzgo, porque no he venido para juzgar al mundo, sino para salvar al mundo. El que me rechaza y no acepta mis palabras tiene quien lo juzgue: la palabra que yo he pronunciado, ésa lo juzgará en el último día. Porque yo no he hablado por cuenta mía; el Padre que me envió es quien me ha ordenado lo que he de decir y cómo he de hablar. Y sé que su mandato es vida eterna. Por tanto, lo que yo hablo lo hablo como me ha encargado el Padre.»
Palabra del Señor
REFLEXIÓN
La Palabra que el Señor nos regala hoy nos invita a descubrir a Jesucristo vivo y resucitado que nos dice: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue tendrá la luz de la vida.
Quien cree ve; ve con una luz que ilumina todo el trayecto del camino, porque llega a nosotros desde Cristo resucitado, estrella de la mañana que no conoce ocaso (cf. Francisco, Lumen Fidei 1)
Pero como consecuencia de la herida del pecado original, vivimos tantas veces en la oscuridad. Incapaces de ver el amor de Dios en medio de nuestra historia; incapaces de encontrar sentido a nuestra vida, sobre todo cuando en ella aparece el sufrimiento…
Por eso, tantas veces vivimos cansados y agobiados, llenos de miedos e incertidumbres…, y tantas veces lo que brota de nuestro corazón es la queja, la murmuración, la protesta… signo de no ver el amor de Dios en la vida de cada día.
Y también se nota esta oscuridad en la falta de discernimiento. Por eso, a veces vivimos confundidos, desorientados, perdidos, sin saber cómo hay que vivir, dejándonos llevar por el vaivén de las modas del príncipe de este mundo que trata de engañarnos haciéndonos buscar la vida en los ídolos o por los deseos del hombre viejo, que desea contra el Espíritu (cf. Rom 8, 7).
Cuando nos encontramos con Jesús y acogemos el don del Espíritu Santo y dejamos que Él ilumine nuestro corazón, las tinieblas se desvanecen y comenzamos a ver con claridad, aunque la amenaza de la oscuridad está siempre presente, y, por tanto, la vida cristiana es una permanente lucha entre la luz y las tinieblas.
Incluso la muerte queda iluminada y puede ser vivida como la última llamada de la fe, el último «Sal de tu tierra», el último «Ven», pronunciado por el Padre, en cuyas manos nos ponemos con la confianza de que nos sostendrá incluso en el paso definitivo (cf. Francisco, Lumen Fidei 56)
Déjate iluminar por Jesucristo Resucitado! ¡Deja que el Espíritu Santo renueve tu vida!
En este tiempo de dificultad, el Señor te invita a orar con su Palabra: Que Dios tenga piedad y nos bendiga, ilumine su rostro sobre nosotros.
¡Ven Espíritu Santo! (cf. Lc 11, 13).
Acción Familiar
“Un tronco de árbol, grueso y sin forma, nunca creería que podría ser una estatua, admirada como un milagro de escultura, y no se dejaría trabajar por el cincel de la escultora, que visualiza, a través de su arte, la forma que puede crear en él” (San Ignacio)
Gesto
- Encendemos una vela.
- Comienzo: En el nombre del Padre… (Señal de la Cruz)
- Gesto en Familia:
En la seguridad que Dios me ama incondicionalmente, recuerdo honestamente lo hecho en el día anterior, lo sucedido y mis sentimientos. Comentamos en familia:
¿Tengo algo que agradecer? Doy las gracias…
¿Hay algo que lamento? Pido perdón….
- Oración final:
Amado Jesús, acudo hoy frente a Tí,
deseando Tu Presencia.
Deseo amarte como Tú me amas.
Que nada me separe nunca de Tí.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.
Amén.