Reflexión miércoles 14 de febrero.- MIÉRCOLES DE CENIZA
Del Evangelio según san Mateo 6,1-6.16-18
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario no tenéis recompensa de vuestro Padre celestial.
Por tanto, cuando hagas limosna, no mandes tocar la trompeta ante ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles para ser honrados por la gente; en verdad os digo que ya han recibido su recompensa. Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.
Cuando oréis, no seáis como los hipócritas, a quienes les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para que los vean los hombres. En verdad os digo que ya han recibido su recompensa. Tú, en cambio, cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en lo secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo recompensará.
Cuando ayunéis, no pongáis cara triste, como los hipócritas que desfiguran sus rostros para hacer ver a los hombres que ayunan. En verdad os digo que ya han recibido su paga. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que tu ayuno lo note, no los hombres, sino tu Padre, que está en lo escondido; y tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará.
Palabra del Señor.
Comentario
Hoy comienza la Cuaresma, los cuarenta días de preparación para la Pascua, y la Iglesia, como cada año, alza la voz recordando a los cristianos la llamada a la penitencia y a la conversión personal. “Recuerda que eres polvo y al polvo volverás” nos introduce en este tiempo litúrgico que antecede a los misterios centrales de nuestra fe.
En el pasaje evangélico que la Iglesia nos invita a considerar hoy, el Señor se centra en los actos fundamentales de la piedad individual: la limosna, el ayuno y la oración.
No hay mayor sacrificio que un corazón puro, por eso, Jesús, frente a un posible cumplimiento meramente externo de estas prácticas, nos enseña que la verdadera piedad ha de vivirse con rectitud de intención, en intimidad con Dios y huyendo de toda ostentación.
Si la pureza de corazón se logra mediante una comunión íntima con el Señor, la oración necesariamente ha de ser una operación marcada por la sencillez y la veracidad con la que buscamos al Señor y nos dejamos encontrar por Él.
En este tiempo de especial penitencia, podemos decir también que nuestros sentidos, nuestro cuerpo y todas nuestras acciones estén en conformidad también con lo que decimos de palabra.
Por eso la oración se encuentra tan ligada al ayuno y a la limosna. Un diálogo personal y amoroso con nuestro Padre Dios que no va acompañado de obras es difícil que muestre una oración auténtica, una oración que da vida a los demás y que nos cambia la vida.