Reflexión sábado 3 de octubre
Lectura del evangelio. (Lucas 10, 17-24)
En aquel tiempo, regresaron los setenta y dos llenos de alegría, diciendo: «Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre». Él les dijo: «Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo. Mirad, os he dado el poder de pisar sobre serpientes y escorpiones, y sobre todo poder del enemigo, y nada os podrá hacer daño; pero no os alegréis de que los espíritus se os sometan; alegraos de que vuestros nombres estén escritos en los cielos». En aquel momento, se llenó de gozo Jesús en el Espíritu Santo, y dijo: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; y quién es el Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar». Volviéndose a los discípulos, les dijo aparte: «¡Dichosos los ojos que ven lo que veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron, y oír lo que vosotros oís, pero no lo oyeron».
Reflexión
“La alegría más grande”. Hay una sana alegría, la que procede de la propia misión, la de hacer el bien, la de constatar que el mal no triunfa y que los enemigos de Dios no tienen la última palabra. Eso les pasó a los discípulos de Jesús. Pero Jesús alude a otra alegría más honda, más profunda: la de saber que nuestros nombres están escritos en el cielo. La alegría que procede de constatar nuestros triunfos pastorales puede estar mezclada de egoísmo, de auto-complacencia, del orgullo personal. Jesús nos invita a elevar nuestra mirada al cielo donde están escritos no nuestros trabajos, nuestros méritos, sino nuestros nombres. El que tiene escritos nuestros nombres en el cielo es nuestro Padre Dios. Ese Padre que se revela a los pequeños y sencillos, a los que se dejan querer, a los que se sienten felices porque Dios es su Padre y saben que Él disfruta con sus hijos pequeños. La obsesión de Jesús era complacer a su Padre, hacer lo que a Él le gustaba, tenerlo siempre contento. No puede haber alegría mayor que el obrar con la única finalidad de ver disfrutar al Padre Dios.
El Papa Francisco nos dice…
Siempre como misioneros del Evangelio, con la urgencia del Reino que está cerca. Todos deben ser misioneros, todos pueden escuchar la llamada de Jesús y seguir adelante y anunciar el Reino.
Dice el Evangelio que estos setenta y dos regresaron de su misión llenos de alegría, porque habían experimentado el poder del Nombre de Cristo contra el mal. Jesús lo confirma: a estos discípulos Él les da la fuerza para vencer al maligno. Pero agrega: “No estéis alegres porque se os someten los espíritus; estad alegres porque vuestros nombres están escritos en el cielo”. No debemos gloriarnos como si fuésemos nosotros los protagonistas: el protagonista es uno solo, ¡es el Señor! Protagonista es la gracia del Señor. Él es el único protagonista. Nuestra alegría es sólo esta: ser sus discípulos, sus amigos. Que la Virgen nos ayude a ser buenos obreros del Evangelio (S.S. Francisco, 7 de julio de 2013).