Reflexión sábado 9 de enero
Lectura del santo evangelio según san Marcos 6, 45-52
En aquel tiempo, después de la multiplicación de los panes, Jesús apremió a sus discípulos a subir a la barca y a ir por delante hacia Betsaida, mientras él despedía a la gente. Después de despedirse de ellos, se fue al monte a orar. Al atardecer, estaba la barca en medio del mar y él, solo, en tierra. Viendo que ellos se fatigaban remando, pues el viento les era contrario, a eso de la cuarta vigilia de la noche viene hacia ellos caminando sobre el mar y quería pasarles de largo. Pero ellos viéndole caminar sobre el mar, creyeron que era un fantasma y se pusieron a gritar, pues todos le habían visto y estaban turbados. Pero él, al instante, les habló, diciéndoles: «¡Animo!, que soy yo, no temáis». Subió entonces con ellos a la barca, y el viento se calmó, y quedaron en su interior completamente estupefactos, pues no habían entendido el milagro de los panes, y su mente estaba embotada.
Palabra del Señor
Reflexión
Me llaman poderosamente la atención estas palabras del evangelio: “Jesús apremió a sus discípulos a subir a la barca”. ¿Por qué? No olvidemos que, después del éxito extraordinario de la multiplicación de los panes, aquellos judíos que habían visto el milagro, quisieron hacer rey a Jesús. (Jn 6,13-15). Los discípulos estaban encantados y sintonizaban con aquellos judíos. Pero Jesús se retira al monte, a orar al Padre para no desviarse de su voluntad y ser Mesías como el Padre quería y no como hubieran querido los judíos, también sus discípulos. Con un Mesías que caminaba hacia la Cruz, ningún discípulo estaba de acuerdo. Con un Mesías triunfalista, todos. Por eso “les apremia, les empuja, para subir a la barca” y alejarles de ese ambiente, y, sobre todo, de esa manera de pensar. Y es que cargar con el misterio de la Cruz, nos asusta a todos. A los discípulos de entonces, y a los de ahora. Aquellos primeros discípulos caminaban en la oscuridad, estaban en la noche. Y seguimos estando en la noche todos los que queremos un “cristianismo barato, un cristianismo de rebajas, un cristianismo sin cruz”. Y no es que Jesús quiera vernos sufrir, ni mucho menos amargarnos la vida. Lo que quiere es que no “huyamos de la vida”, que la aceptemos tal y como es: limitada, susceptible de sufrimiento, y de muerte. Jesús no quiere engañar a sus discípulos, los quiere elevar a un mundo superior, al mundo donde Él está, al mundo de su Padre Dios. Por eso les dice: “Que soy Yo, no tengáis miedo”. Los cristianos no somos de una condición humana distinta: tenemos los mismos problemas, pasamos por las mismas limitaciones, incluso vamos a morir lo mismo que los demás. Lo que nos distingue es “esa voz dulce que nos invita a estar con Él y perder todos los miedos”. No tengáis miedo, ni siquiera el miedo a la muerte. “Voy por delante a prepararos sitio”. (Jn 14,1-2). Con estas consoladoras palabras de Jesús, ¿todavía seguimos teniendo miedo?
El Papa Francisco nos dice…
“Uno de los motivos que endurecen el corazón es el cierre en sí mismo: Hacer un mundo en sí mismo, cerrado. En sí mismo, en su comunidad o en su parroquia, pero siempre cerrado. Y el cierre puede tener que ver con muchas cosas: pero pensemos en el orgullo, en la suficiencia, pensar que soy mejor que los demás, incluso en la vanidad, ¿no? Existen el hombre y la mujer-espejo, que se cierran en sí mismos para mirarse a sí mismos constantemente. Pero, tienen el corazón duro, porque están cerrados, no están abiertos. Y tratan de defenderse con estos muros que hacen a su alrededor. […] “El corazón, cuando se endurece, no es libre y si no es libre es porque no ama: así terminaba el apóstol Juan en la primera lectura. El perfecto amor echa fuera el temor: en el amor no hay temor, porque el temor supone un castigo, y el que teme no es perfecto en el amor. No es libre. Siempre tiene el temor de que suceda algo doloroso, triste, que me haga ir mal en la vida o arriesgar la salvación eterna… Pero tantas imaginaciones, porque no ama. Quien no ama no es libre. Y sus corazones se endurecieron, porque todavía no habían aprendido a amar. (Cf Homilía de S.S. Francisco, 9 de enero de 2015, en Santa Marta).