24 de julio

Reflexión viernes 24 de julio

Lectura del santo evangelio según san Mateo 13, 18-23

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Vosotros, pues, oíd lo que significa la parábola del sembrador: si uno escucha la palabra del reino sin entenderla, viene el Maligno y roba lo sembrado en su corazón. Esto significa lo sembrado al borde del camino.
Lo sembrado en terreno pedregoso significa el que escucha la palabra y la acepta enseguida con alegría; pero no tiene raíces, es inconstante, y en cuanto viene una dificultad o persecución por la palabra, enseguida sucumbe.
Lo sembrado entre abrojos significa el que escucha la palabra; pero los afanes de la vida y la seducción de las riquezas ahogan la palabra y se queda estéril. Lo sembrado en tierra buena significa el que escucha la palabra y la entiende; ese da fruto y produce ciento o sesenta o treinta por uno».

Palabra del Señor

Reflexión

En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios. Con el término “verbo-palabra” se expresa el misterio de la vida interior de Dios, se penetra en el mundo de la Santísima Trinidad. En nuestra vida la palabra es símbolo, expresión, revelación del pensamiento. Dios Padre se revela por completo en el Hijo, que es el Verbo. Pero en su amor, Él quiere que por medio del Hijo la revelación se manifieste fuera de Él. La revelación divina tiene siempre lugar a través de la palabra. La primera palabra es la creación del mundo: “Dios dijo” (Gn 1,3) y nació la tierra con toda su belleza. Dios crea al ser humano y sopla la vida en él; y con el espíritu, la palabra divina comienza a resonar en su corazón como voz de la conciencia, capaz de distinguir el bien del mal. Cuando la conciencia se oscurece por el pecado, Dios pone su palabra en la boca de los Profetas, para volver a despertar en los oyentes la voz de la conciencia. Las palabras de los Profetas se escriben y se convierten en Sagrada Escritura, que recoge en sus libros las palabras divinas. En la plenitud de los tiempos “El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” la palabra mora en la Iglesia y en todos sus misterios.

Entonces, vivir espiritualmente significa escuchar al Verbo que ha hablado muchas veces y de distintas formas a través de los profetas (Hb 1,1), y que sigue hablando también hoy.

Quien habla solo no dice palabras; la palabra es el medio de comunicación. Por tanto, va dirigida a otro. En el paraíso, Dios habla a Adán y Adán le responde: la palabra tiene esencialmente carácter de diálogo. Si nadie escucha y nadie responde, la naturaleza de la palabra se vacía.

A Dios le respondemos con nuestra existencia; el Verbo se ha hecho carne también dentro de nosotros.

Pero Dios nos ha creado libres y quiere que desarrollemos libremente y en plenitud su acción creadora. Respondemos a la palabra de Dios haciendo el bien y ofreciéndoselo a Él, como Dios mismo nos ha indicado.

Así nace la oración, que es diálogo con Dios. Con el tiempo, crece la conciencia de la importancia del gesto de la oración y esta se hace más frecuente e intensa. La oración es inseparable del amor y, así, todo lo que hacemos se convierte en cooperación con Dios, con su Palabra que crea y salva al mundo.

Cada estrella es distinta de las demás por su resplandor, escribe San Pablo. También él se preguntaba por qué hay tantas diferencias entre los hombres ante Dios y en el Reino de los cielos. La vocación que viene de Dios no está sometida a un principio de necesidad; es una palabra creadora libre, irrepetible y, por tanto siempre distinta. Pero es también distinta la respuesta humana, porque la semilla lleva un fruto siempre distinto. Los Padres de la Iglesia decían que el ciento por ciento es el beneficio de los mártires, el sesenta por ciento es de los que viven la castidad y el treinta es del resto de los cristianos. Pero es una escala de valores con objetivo retórico, para demostrar que hay diferencia en los medios usados para la salvación, para la imitación de Cristo. Es evidente que no se puede aplicar de modo mecánico. Incluso la misma persona puede dar frutos diversos. Cuando la semilla de la palabra de Dios cae en el corazón, la respuesta que recibe de la misma persona es diferente cada día. La palabra se nos ha dado para empujarnos a hacer todo lo mejor que podamos.

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