Reflexión viernes 11 de septiembre
En aquel tiempo, dijo Jesús a los discípulos una parábola: «¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo? Un discípulo no es más que su maestro, si bien, cuando termine su aprendizaje, será como su maestro. ¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: «Hermano, déjame que te saque la mota del ojo,» sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano.»
Palabra del Señor
Reflexión
Lc 6, 39-42. ¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego?
La Palabra de Dios que proclamamos hoy nos sigue mostrando signos de estar viviendo la vida en el Espíritu.
Toda tu vida es ir respondiendo a esta llamada del Señor. Este es el camino del discipulado.
Discípulo es el que vive de la fe, el que se deja llevar por el Señor. El que cada día escucha la Palabra de Dios y la cumple.
El que cada día le pregunta: Señor ¿qué quieres de mí?
El que vive la fe en la familia de los discípulos de Jesús, que es la Iglesia. El que confía y obedece al Señor.
El que toma la cruz y sigue a Jesús. El que deja que Jesucristo sea Señor de su vida, de toda su vida.
Por eso, si le abres el corazón, si vives esta historia de amor, nunca estarás solo.
Y tendrás luz en tu vida, no serás un ciego guiando a otros ciegos, porque bendeciré al Señor que me aconseja, hasta de noche me instruye internamente… Dichoso el que tiene tus caminos en su corazón.
Y no podrás vivir en el juicio al hermano fijándote en la mota que tiene tu hermano en el ojo sin reparar en la viga que llevas en el tuyo. Un discípulo no se instala en el juicio a nadie. El juicio le corresponde únicamente a Dios.
Primero, porque se sabe perdonado. Sabe que no es mejor que otros, y, por tanto, de su corazón brota una mirada de misericordia.
También, porque se sabe pecador en camino de conversión y antes de mirar la mota del ojo del hermano, mira la viga que hay en el suyo.
Y, además porque sabe que solo Dios es quien conoce toda la verdad, el único que sabe qué es lo que hay en el corazón del hombre. Nosotros, como mucho vemos las apariencias externas, pero no conocemos la intención que hay en el corazón del hermano.
Si nos acostumbramos al juicio, esto acaba deformando nuestra conciencia y acaba dañando la comunidad*.
Y entonces puedes anunciar el Evangelio con tu vida y con tus palabras. La vida de un pecador que ha sido alcanzado por la misericordia de Dios y se convierte en testigo de esta buena noticia.
¡Os daré un corazón nuevo! (cf. Ez 36, 26).