Reflexión viernes 29 de mayo
Lectura del santo evangelio según san Juan (21,15-19):
Habiéndose aparecido Jesús a sus discípulos, después de comer con ellos, dice a Simón Pedro:
«Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?»
Él le contestó: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero.»
Jesús le dice: «Apacienta mis corderos.»
Por segunda vez le pregunta: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?»
Él le contesta: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero.»
Él le dice: «Pastorea mis ovejas.»
Por tercera vez le pregunta: «Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?»
Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez si lo quería y le contestó: «Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero.»
Jesús le dice: «Apacienta mis ovejas. Te lo aseguro: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras.»
Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios.
Dicho esto, añadió: «Sígueme.»
Palabra del Señor
Reflexión
Este diálogo de Jesús con Pedro es uno de los textos más bellos del Evangelio. En Palestina hay una pequeña capilla que lo conmemora, y en su interior hay una gran piedra, el trozo de una roca donde se cree que estuvo sentado Jesús. Jesús dirige a Pedro una pregunta inquietante, a la que es imposible responder. ¿Quién puede decir que ama a Cristo más que los demás? Por tanto, la respuesta de Pedro es humilde pero convincente: “Señor, tú sabes que te amo”. El texto griego una un término que es importante para comprender el amor cristiano: agapote. No eros, que es el amor de deseo, sino de agape, el deseo de hecer el bien a otro. Es como si Pedro dijera: Haría cualquier cosa por ti. Aquí, en este diálogo, Pedro recibe de un modo definitivo su vocación.
Sobre este texto San Juan Crisóstomo hace una reflexión: Jesús no le dice a Pedro: Duerme sobre el desnudo suelo, ayuna, vístete de saco; no. Le dice: “Apacienta mis ovejas”. Es decir, que no le recomienda la prácticas ascéticas tan difundidas, en sus tiempos, sino que confía a su amigo que le ama y al que Él ama lo que le es más precioso, las almas humanas.
En la tradición de la Iglesia hay dos tipos de sociedad religiosa, según su forma de vida: las órdenes contemplativas y las apostólicas. En los primeros siglos se pensaba que todos los monjes tenían que ser contemplativos, es decir, debían dedicarse a la oración, a las prácticas ascéticas y al ejercicio de las virtudes. Pero cuando llegaron a un grado más alto de intimidad con Dios, entendieron que debían salir de la soledad y dedicarse a los demás para conducirlos a Cristo.
El evangelio anota expresamente que la tercera pregunta entristece a Pedro, que la interpreta como una alusión a su triple negación de Cristo, en la noche de su Pasión. Parece un reproche solapado, un recuerdo triste que ofusca la alegría presente. Pero Jesús sólo recuerda el pasado como una enseñanza: el amor de Dios no se nubla por los pecados pasados; al contrario, su recuerdo sirve para acrecentar el amor. Cuando los ascetas aconsejaban recordar los pecados pasados y llorar por ellos, daban por descontado que ya habían sido perdonados. Son lágrimas de consolación por la gratitud de que ni siquiera el mal ha conseguido separarnos del amor de Dios, y porque Cristo sigue confiando en nosotros incluso cuando nosotros no confiamos en Él. Pedro se convertirá en jefe de la Iglesia que en el nombre de Cristo perdona los pecados. Esa noche a la orilla del mar Tiberíades experimenta sobre sí mismo lo que significa el perdón y cuánta voluntad de vida nueva sabe suscitar.