ENFOCAR LA ADOLESCENCIA de José Vicente Esteve

ENFOCAR LA ADOLESCENCIA

José Vicente Esteve Rodrigo. Doctor en Psicología Social

Entendemos la adolescencia como un periodo de transición entre la niñez y el mundo adulto. En este proceso de adaptación progresiva, desarrollo y maduración, el adolescente va elaborando duelos y construyendo nuevas identidades con las que encajar en sus grupos de referencia. En su día, Freud informaba que la adolescencia era un periodo plagado de grandes conflictos identitarios y trastornos emocionales que posibilitaban que el adolescente rompiese su dependencia infantil superando, con mayor o menor éxito, traumas neurotizantes. Cuando el adolescente había interUn recuento de las diferencias que distinguen las etapas de la vida - Ask The Scientistsiorizado las reglas y normas sociales (Superyo) con la suficiente fuerza como para contener los insaciables apetitos pulsionales infantiles instintivos (Ello), llegaba a desarrollar una identidad adulta independiente y funcional. Si el Superyo no conseguía controlar dichas pulsiones inconscientes, el proceso fracasaba. Por ello, la disrupción era un síntoma saliente de un proceso patológico subyacente.

Por el contrario, el Conductismo, desde su refuerzo operante, defendería que las contingencias y consecuentes de la conducta moldeaban al socializando. Aquí la desadaptación conductual era la resultante de un proceso de aprendizaje mal dirigido.

Desde ambas tradiciones y escuelas psicológicas se asignaba al socializando adolescente una actitud pasiva y receptiva que le sustrae su capacidad de agencia y que le priva de la propia capacidad de autodeterminación.

Desde estas bases conceptuales heredadas, no resulta extraño que se entienda la adolescencia como un periodo tormentoso y agotador, lleno de crisis de identidad, de trastornos emocionales, de alienación psicológica y de enfrentamientos constantes con los padres y otras figuras de autoridad. Si así es la adolescencia, consistentemente, el adolescente resulta ser un individuo “a medio hacer”, lleno de incongruencias, inestabilidad, vulnerabilidad, contradicciones y paradojas e incapaz de discernimiento, y, a la vez, capaz de causar daño y, por lo tanto, peligroso. Desde esta perspectiva leemos todo conflicto adolescente en clave psicopatológica, incluidas sus conductas delictivas, antisociales, disruptivas, oposicionistas e, incluso, de autoafirmación, que llega a interpretarse como rebeldía.

Sin embargo, si somos capaces de aproximarnos a la adolescencia y a los adolescentes con una visión optimista y evolutiva, y consideramos, junto a los cambios hormonales y físicos, los cambios relacionales, afectivos, de construcción de la identidad y del yo, de desarrollo de la autonomía y de incorporación al mundo adulto, sometiéndolo a juicio crítico y de reelaboración de su propio sistema moral, podremos entender que la adolescencia es, en realidad, un proceso de reestructuración identitaria, en el que destacan las potencialidades, el desarrollo y el crecimiento personal.

En realidad, el adolescente normal (normativo) atraviesa la adolescencia sin experimentar trastornos graves ni mostrar comportamientos de alto riesgo. En dicho proceso, el adolescente adquiere e interioriza valores, conocimientos, competencias, habilidades y destrezas valiosas para su cultura que le permiten llegar a ser un adulto productivo, valioso, útil y bien integrado socioculturalmente.

Aceptada esta perspectiva, la adolescencia deviene en un periodo de experimentación de ideas, creencias y conductas, que redundan en la construcción de la propia identidad. Es decir, se trata de un proceso en el se experimenta una aceleración del desarrollo y crecimiento, con estabilidad emocional y armonía intergeneracional. Incluso, normativamente, se trata de un periodo prometedor lleno de desafíos y oportunidades en el que van apareciendo nuevas y significativas dimensiones y se alcanza una mayor autonomía creativa al haber desarrollado la capacidad de abstracción y al activar el juicio crítico bajo el que someter a prueba hipótesis sobre sí mismo, sobre la propia identidad, y sobre el mundo social y moral en el que viven los adolescentes.

Esta perspectiva nos ayuda a entender que la mayoría de los comportamientos desviados o antisociales de los jóvenes no son el resultado de un razonamiento sesgado, de una maduración traumática, de una mala educación, de impulsos incontrolables o inadecuados aprendizajes, del fracaso en el proceso de socialización o de una personalidad perversa. Las conductas rebeldes y desviadas de los jóvenes, sus retos y desafíos a la autoridad, responden a una lógica adaptativa con la que conseguir gratificaciones seguras e inmediatas en un entorno y futuro inciertos y en un presente excluyente en el que no se reconoce su cualidad ciudadana ni su responsabilidad en su propio proyecto vital.

Ante la desresponsabilzación (la autoridad decide por ellos) y la exclusión en la toma de decisiones importantes (no se les consulta por ser inmaduros), los adolescentes oponen rebeldía y convierten sus actos disruptivos en ritos de transición, la cual les permite conquistar poder, empoderarse, frente al mundo adulto. En estos ritos, en la rebeldía, en la transgresión social, y en las conductas desviadas y violentas (delitos de estatus), el adolescente puede demostrar que ha crecido, que es capaz de asumir y manejar riesgos, y que es independiente de los adultos.La pubertad temprana sería una señal de posibles trastornos de conducta | TN

En la rebeldía y la disrupción, los adolescentes encuentran la oportunidad (y si no la encuentran, la crean) para tomar el control de su propia existencia y para someter a prueba las fortalezas y debilidades del sistema y las suyas propias. Entonces, las conductas de riesgo son oportunidades para el crecimiento, para ubicarse en el contexto social, para obtener poder, y, lo más importante, para evaluar el propio sistema moral y el marco referencial adulto.

El corolario de esta exposición es que cuanto más excluidos y menos aceptados sean los adolescentes y más barreras interpongamos en su camino a la madurez y pleno ejercicio de la ciudadanía, en mayor medida necesitarán recurrir a conductas disruptivas expresivas para generar sus propios espacios de poder.

Cambiar el paradigma dominante sobre la adolescencia, abandonando el miedo y la indignación adulta, nos permite enfocarnos en sus aspectos positivos y potenciadores de la identidad, en la confianza y en la proactividad. Esta nueva visión nos permite, desde la Psicología, acompañar a los jóvenes en sus procesos de socialización e individualización desde sus propias fortalezas y desde la cultura de los factores protectores y potenciadores, en vez de estancarnos en visiones catastrofistas que, desde el espanto y el miedo adulto, exigen control, retribución, coerción y represión, por el bien de ellos y por su futuro.

Postgrados de Psicología, Terapia Ocupacional y Logopedia

UCV

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