Avistamiento de cetáceos, por Bárbara Alvado

Para muchos de nosotros levantarse un viernes a las 7:00 de la mañana es algo muy duro. Pero la cosa cambia cuando el destino de tu día es un barco que te llevará hasta las Islas Columbretes para poder hacer un avistamiento de cetáceos. La noche anterior te cuesta pegar ojo, te aseguras mil y una veces de que lo tienes todo preparado y de que la alarma está programada correctamente. La emoción que te invade cuando subes al barco y sales de puerto hacia mar abierto, es equivalente a terminar todos los exámenes del curso. Si a eso le sumamos que hora y media después de haber zarpado, a pesar de que el viento te haga estremecerte en algunas ocasiones, la profesora te avisa de que ha avistado un grupo de delfines y los ves aparecer nadando tranquilamente con sus crías siguiéndolas, créeme que esa noche dormirás todo lo que no pudiste la noche anterior.

Pero la cosa no acaba aquí, pasadas las Islas Columbretes a una profundidad de entre 100 y 200 metros entramos en zona de posible avistamiento de ballenas. Todos con los ojos bien abiertos, la mirada fijada en todos los puntos posibles y de repente alguien grita “¡Allí, a la derecha he visto algo!” y segundos después alguien lo corrobora y nos ponemos rumbo a la dirección que nos han dicho. A una velocidad prudente de 10 nudos, todos con los ojos más abiertos si cabe examinando cada rincón del mar vemos aparecer el soplido de una de ellas y segundos después un segundo soplido. Dos tímidos rorcuales nos hicieron perseguirlos durante un buen rato, enseñándonos de vez en cuando su lomo y de vez en cuando su boca. Poco a poco sus compañeros iban saliendo uno a uno dejándonos a todos impresionados con su enorme belleza.

Conclusión: estudiar Ciencias del Mar mola, pero estudiar Ciencias del Mar y cursar la asignatura de Biología de Cetáceos, eso es otro mundo.

Bárbara Alvado

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