24 feb

Reflexión jueves 24 de febrero

Evangelio según san Marcos (Mc 9, 41-50)

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «El que os dé a beber un vaso de agua porque sois de Cristo, en verdad os digo que no se quedará sin recompensa. El que escandalice a uno de estos pequeñuelos que creen, más le valdría que le encajasen en el cuello una piedra de molino y lo echasen al mar. Si tu mano te induce a pecar, córtatela: más te vale entrar manco en la vida, que ir con las dos manos al infierno, al fuego que no se apaga.

Y, si tu pie te induce a pecar, córtatelo: más te vale entrar cojo en la vida, que ser echado con los dos pies a la “gehenna”.

Y, si tu ojo te induce a pecar, sácatelo: más te vale entrar tuerto en el reino de Dios, que ser echado con los dos ojos a la “gehenna”, donde el gusano no muere y el fuego no se apaga. Todos serán salados a fuego.

Buena es la sal; pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salaréis? Tened sal entre vosotros y vivid en paz unos con otros».

Palabra del Señor

Reflexión

  • A un autor cristiano del siglo II, Taciano, se le ocurrió la idea de sintetizar los cuatro evangelios en un único texto. Lógicamente, para hacer algo así, había que hacer una selección de pasajes y, puestos a elegir, decidió quitar aquellos con los que él no estaba muy en acuerdo o le parecían contrarios a sus ideas. Así, por ejemplo, como él reconocía la divinidad de Jesucristo, pero no su humanidad, decidió suprimir las genealogías de Mateo y Lucas que ponen de manifiesto su estirpe humana.

            Si hoy día cualquiera de nosotros tuviera una idea similar, seguramente fijaría su atención más en las páginas que hacen referencia a cuestiones de orden práctico que a problemas teológicos. Y entre las páginas que decidiera suprimir posiblemente se encontraría el consejo que acabamos de escuchar: «Si tu mano te induce a pecar, córtatela: más te vale entrar manco en la vida, que ir con las dos manos a la gehenna, al fuego que no se apaga. Y, si tu pie te induce a pecar, córtatelo: más te vale entrar cojo en la vida, que ser echado con los dos pies a la gehenna. Y, si tu ojo te induce a pecar, sácatelo: más te vale entrar tuerto en el reino de Dios, que ser echado con los dos ojos a la gehenna».

  • Indudablemente no se trata de tomar el consejo en un sentido literal, pero ciertamente creo que es importante detenerse en él.

Ante problemas graves: adicciones, rupturas, traiciones, etc. solemos buscar culpables en uno u otro sitio, pero a veces olvidamos que prácticamente en todos los campos de la vida la comisión de un acto grave es el fruto último de una serie de pequeñas acciones que poco a poco nos van alejando de la recta actuación: de Judas, por ejemplo, todos conocemos su traición por 30 monedas de Cristo, pero pocos recuerdan que en el mismo evangelio se dice también que iba sustrayendo algo de dinero de la bolsa del grupo que él guardaba (cf. Jn 12,6).

Es en el constante cuidado de las cosas pequeñas donde en realidad reside el éxito de la fidelidad. A este respecto siempre recuerdo un pasaje de un conocido libro infantil El principito. Su protagonista, el príncipe de un pequeñísimo planeta, explica que en éste brotan de manera inesperada unas plantas malas, los baobabs, que deben ser arrancadas inmediatamente en cuanto se las reconoce como tal o de lo contrario, luego, ya no es posible: invaden y perforan con sus grandes raíces todo el planeta, hasta hacerlo estallar.

«Es cuestión de disciplina, decía el principito. (…) Hay que arrancar con regularidad a los baobabs apenas son distinguidos entre los rosales, a los que se parecen mucho cuando son muy jóvenes. El trabajo es fácil, pero muy aburrido. (…) En algunas cosas, no es un inconveniente importante dejar el trabajo para otro momento. Pero si se trata de los baobabs, siempre es una catástrofe» (Cap. 5).

El evangelio de hoy nos alerta para que no dejemos crecer en nuestro interior las raíces del pecado (baobabs), porque de lo contrario, cuando queramos rectificar, puede resultar demasiado tarde. Tenemos que estar vigilantes mediante el examen personal al brotar de las malas hierbas, para no dejarlas crecer; y proceder cuidadosamente a la limpieza y el orden mediante la lucha ascética y la confesión frecuente. El trabajo es fácil, nos decía el Principito, pero muy aburrido. Efectivamente, como nos decía el Papa Francisco, «Dios no se cansa de perdonar, somos nosotros los que nos cansamos de pedir perdón». Le pedimos a Dios que no nos deje caer jamás en esa tentación.

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