29 may

Reflexión jueves 29 de mayo

Lectura del santo evangelio según san Juan  16, 16-20

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Dentro de poco ya no me veréis, pero dentro de otro poco me volveréis a ver».

Comentaron entonces algunos discípulos: «¿Qué significa eso de “dentro de poco ya no me veréis, pero dentro de otro poco me volveréis a ver”, y eso de “me voy al Padre”?».

Y se preguntaban: «¿Qué significa ese “poco”? No entendemos lo que dice». Comprendió Jesús que querían preguntarle y les dijo: «¿Estáis discutiendo de eso que os he dicho: “Dentro de poco ya no me veréis, y dentro de otro poco me volveréis a ver”? En verdad, en verdad os digo: vosotros lloraréis y os lamentaréis, mientras el mundo estará alegre; vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría».

Palabra del Señor

Reflexión

Las palabras de Jesús en la Última Cena suenan a despedida y reencuentro al mismo tiempo. Y es fácil comprender que los discípulos anden desconcertados mientras escuchan al Maestro. Nosotros sabemos el final de la historia, pero ellos desconocen lo que está por acontecer: la pasión y resurrección de Cristo. A veces también nosotros nos encontramos inmersos en esa dificultad de comprender lo que nos sucede a nosotros o a nuestro alrededor. Son momentos en los que Dios parece estar ausente y no experimentamos su presencia cerca de nosotros; son las noches oscuras de las que han hablado algunos santos, aquellas en las que la oración nos resulta árida, en las que no encontramos aliento en la lectura espiritual aburrida y la incertidumbre parece anidar en nuestro corazón.

Aun así, ese es el momento de renovar nuestra confianza en Dios, de avivar nuestra esperanza y nuestra fe recordando, como los discípulos de Emaús, lo aprendido y vivido al lado de Jesús, de escrutar las Escrituras y de compartir con Él la mesa de la eucaristía. Si nos mantenemos fieles en el momento de la dificultad, nuestra tristeza se convertirá en alegría, porque tenemos la certeza de que el misterio de la cruz viene acompañado por el misterio de la resurrección, de la luz pascual.

El pasaje del libro de los Hechos de los apóstoles que hemos escuchado en la primera lectura ilumina lo que acabamos de decir. El apóstol Pablo atraviesa un mal momento en la ciudad griega de Corinto cuando, después de haberse dedicado por entero a la predicar y dar testimonio de Jesús ante los judíos de aquella ciudad, el fruto que cosecha son blasfemias contra su persona. Pablo, un hombre carácter, «sacudió sus vestidos y les dijo: “Vuestra sangre recaiga sobre vuestra cabeza. Yo soy inocente y desde ahora me voy con los gentiles”».

El fracaso entre aquellos que deberían haber reconocido en Cristo al Mesías, da pie a que la Buena Noticia sea anunciada también a los gentiles. Pablo «se marchó de allí y se fue a casa de un cierto Ticio Justo, que adoraba a Dios y cuya casa estaba al lado de la sinagoga. Crispo, el jefe de la sinagoga, creyó en el Señor con toda su familia; también otros muchos corintios, al escuchar a Pablo, creían y se bautizaban». Judíos y paganos creen en Cristo, porque Pablo no deja de confiar en Él. Actuemos nosotros también de ese modo ante las noches oscuras que en ocasiones nos envuelven. Así sea.

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