29 NOV

Reflexión martes 29 de noviembre

Lectura del santo Evangelio según san Lucas 10, 21-24

En aquella hora, se llenó de alegría en el Espíritu Santo y dijo: «Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; ni quién es el Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar». Y, volviéndose a sus discípulos, les dijo aparte: «¡Bienaventurados los ojos que ven lo que vosotros veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis, y no lo vieron; y oír lo que vosotros oís, y no lo oyeron».

Palabra del Señor

Reflexión

Jesús había designado a los setenta y dos, que mandó delante de él, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir Él. Ellos volvieron con gran alegría y Jesús les dice estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo. Jesús se contagia de la alegría de sus discípulos y bendice a Dios.

Jesús expresa su alegría por que la buena noticia, el mensaje que se transmite en los Evangelios, no le ha sido dado a todos por igual, pues a los sabios del mundo, los poderosos, los que dirigen las naciones este mensaje se le mantiene oculto, mientras que se le ha revelado a los pequeños.

Los pequeños, los sencillos, los humildes, todos aquellos que no son autosuficientes son los que verdaderamente reciben el anuncio de la buena noticia, aquellos que no pueden llevar sus vidas adelante y que reconocen sus limitaciones como personas, todos aquellos que tienen claro que necesitan de Dios.

En otra ocasión dice Jesús, los que no sois como niños no entraréis en el reino de los cielos, los niños son los pequeños, los sencillos, los que son conscientes que no pueden vivir por sí mismos y saben que necesitan de sus padres. Así son los cristianos, aquellos que necesitan de Dios en sus vidas, aquellos que sienten la necesidad de que Él les ayude, los que tienen confianza en su Padre.

Jesús reconoce a Dios como su Padre, el que conoce al Hijo conoce al Padre y el que conoce al Padre conoce al hijo. Conocemos a Dios a través de Jesucristo, por su mensaje y su Palabra, esto es lo que nos lleva a Dios, al que llegamos porque Jesús nos lo ha dado a conocer.

Hemos comenzado el tiempo de Adviento y tenemos más cercana la Navidad, en la que se nos hace presente el gozo y la alegría que experimentaron los pastores después de ver al niño en el portal de Belén. Hemos de prepararnos para poder acoger a Jesús, que debe venir a nosotros y debemos tener la casa preparada. Debemos reconocernos como discípulos de Jesús.

Jesús les hablaba a sus discípulos en parábolas, que después le explicaba en privado para que pudieran entender la Palabra de Dios y creer. A nosotros se nos ha dado la oportunidad de escuchar la Palabra de Dios, que ha llegado a nuestros corazones. Jesús nos llama bienaventurados porque le hemos conocido y expresa que son muchos los que hubieran querido conocerle y no pudieron.

En nuestra sociedad hay muchos que no escuchan a Jesús, que no quieren que cambie nada de sus vidas, a pesar de que Jesús nos ha prometido una vida nueva y mejor, que son incapaces de escrutar los signos de los tiempos, que piensan que esta vida es lo único que tienen y que es para siempre.

Dios es un Padre que nunca deja de pensar en nosotros y, aunque respeta totalmente nuestra libertad, desea encontrarse con nosotros y visitarnos, quiere venir, vivir en medio de nosotros y permanecer en nosotros. Viene porque desea liberarnos del mal y de la muerte, de todo lo que impide nuestra verdadera felicidad. Hemos de estar atentos porque Dios viene, no ayer, ni mañana, sino hoy, ahora.

Los cristianos estamos llamados a dar testimonio de que Jesús vino al mundo para darnos la vida, una vida con mayúsculas. Debemos hacer presente en el mundo que la vida eterna se puede experimentar ahora y que la muerte no tiene la victoria sobre la vida, por eso Jesús nos llama bienaventurados.

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