Reflexión sábado 26 de julio
Lectura del santo evangelio según san Mateo 13, 24-30
En aquel tiempo, Jesús propuso otra parábola a la gente:
«El reino de los cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero, mientras los hombres dormían, un enemigo fue y sembró cizaña en medio del trigo y se marchó. Cuando empezaba a verdear y se formaba la espiga apareció también la cizaña. Entonces fueron los criados a decirle al amo:
“Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde sale la cizaña?”
Él les dijo:
“Un enemigo lo ha hecho”.
Los criados le preguntaron:
“¿Quieres que vayamos a arrancarla?”
Pero él les respondió:
“No, que al recoger la cizaña podéis arrancar también el trigo. Dejadlos crecer juntos hasta la siega y cuando llegue la siega diré a los segadores: arrancad primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo almacenadlo en mi granero”».
Palabra del Señor
REFLEXIÓN
Hoy, al recordar a San Joaquín y Santa Ana, los abuelos de Jesús, el Evangelio nos invita a contemplar el misterio del crecimiento: del trigo y de la cizaña, del bien y del mal que conviven en el corazón humano y en la historia.
Jesús nos presenta a un sembrador que siembra buena semilla, pero que ve cómo el enemigo siembra cizaña en su campo. Este campo es también nuestra vida, nuestra familia, nuestra historia. Cuántas veces nos preguntamos: ¿por qué hay heridas, errores, sombras en nuestro pasado si Dios sembró amor? La parábola no lo niega, pero nos ofrece una clave: Dios sigue presente. Y su paciencia es más fuerte que nuestra prisa por arrancar.
Recordar hoy a los padres de la Virgen María nos ayuda a mirar nuestra propia genealogía con nuevos ojos. Somos fruto de una historia que no siempre ha sido perfecta, pero en la que Dios ha sembrado amor, fe y esperanza a través de personas concretas: padres, abuelos, educadores, amigos. Puede que haya cizaña, sí. Pero también hay trigo. Y Dios sabe reconocerlo y cuidarlo.
Se trata, entonces, de vivir con una mirada reconciliada: agradecer el bien recibido, perdonar el mal, y seguir sembrando en el presente con fidelidad y esperanza. Que nuestra vida no sea tierra de queja, sino campo fértil para el amor. Que sepamos esperar con paciencia los frutos, y ser sembradores valientes de bien en medio del mundo.





