3 sept

Reflexión viernes 3 de septiembre

Lectura del santo evangelio según san Lucas 5, 33-39

En aquel tiempo, los fariseos y los escribas dijeron a Jesús:

«Los discípulos de Juan ayunan a menudo y oran, y los de los fariseos también; en cambio, los tuyos, a comer y a beber».

Jesús les dijo:

«¿Acaso podéis hacer ayunar a los invitados a la boda mientras el esposo está con ellos? Llegarán días en que les arrebatarán al esposo, entonces ayunarán en aquellos días».

Les dijo también una parábola:

«Nadie recorta una pieza de un manto nuevo para ponérsela a un manto viejo; porque, si lo hace, el nuevo se rompe y al viejo no le cuadra la pieza del nuevo.

Nadie echa vino nuevo en odres viejos: porque, si lo hace, el vino nuevo reventará los odres y se derramará, y los odres se estropearán. A vino nuevo, odres nuevos. Nadie que cate vino añejo quiere del nuevo, pues dirá: “El añejo es mejor”».

Palabra del Señor

REFLEXIÓN

Proponemos esta catequesis del Papa sobre la oración contemplativa. Hemos seleccionado algunos fragmentos. Puede verse la catequesis íntegra en https://www.vatican.va/content/francesco/es/audiences/2021/documents/papa-francesco_20210505_udienza-generale.html

Ser contemplativos no depende de los ojos, sino del corazón. Y aquí entra en juego la oración, como acto de fe y de amor, como “respiración” de nuestra relación con Dios. La oración purifica el corazón, y con eso, aclara también la mirada, permitiendo acoger la realidad desde otro punto de vista. El Catecismo describe esta transformación del corazón por parte de la oración citando un famoso testimonio del Santo Cura de Ars: «La oración contemplativa es mirada de fe, fijada en Jesús. “Yo le miro y él me mira”, decía a su santo cura un campesino de Ars que oraba ante el Sagrario. […] La luz de la mirada de Jesús ilumina los ojos de nuestro corazón; nos enseña a ver todo a la luz de su verdad y de su compasión por todos los hombres» (Catecismo de la Iglesia Católica, 2715). Todo nace de ahí: de un corazón que se siente mirado con amor. Entonces la realidad es contemplada con ojos diferentes.

“¡Yo le miro, y Él me mira!”. Es así: en la contemplación amorosa, típica de la oración más íntima, no son necesarias muchas palabras: basta una mirada, basta con estar convencidos de que nuestra vida está rodeada de un amor grande y fiel del que nada nos podrá separar.

Jesús ha sido maestro de esta mirada. En su vida no han faltado nunca los tiempos, los espacios, los silencios, la comunión amorosa que permite a la existencia no ser devastada por las pruebas inevitables, sino de custodiar intacta la belleza. Su secreto era la relación con el Padre celeste.

Algunos maestros de espiritualidad del pasado han entendido la contemplación como opuesta a la acción, y han exaltado esas vocaciones que huyen del mundo y de sus problemas para dedicarse completamente a la oración. En realidad, en Jesucristo en su persona y en el Evangelio no hay contraposición entre contemplación y acción, no. En el Evangelio en Jesús no hay contradicción. Esta puede que provenga de la influencia de algún filósofo neoplatónico, pero seguramente se trata de un dualismo que no pertenece al mensaje cristiano.

Hay una única gran llamada en el Evangelio, y es la de seguir a Jesús por el camino del amor. Este es el ápice, es el centro de todo. En este sentido, caridad y contemplación son sinónimos, dicen lo mismo. San Juan de la Cruz sostenía que un pequeño acto de amor puro es más útil a la Iglesia que todas las demás obras juntas. Lo que nace de la oración y no de la presunción de nuestro yo, lo que es purificado por la humildad, incluso si es un acto de amor apartado y silencioso, es el milagro más grande que un cristiano pueda realizar. Y este es el camino de la oración de contemplación: ¡yo le miro, Él me mira! Este acto de amor en el diálogo silencioso con Jesús ha hecho mucho bien a la Iglesia.

ORACIÓN

Proponemos para la oración esta oración de Escuelas Católicas.

Puede verse en http://www2.escuelascatolicas.es/pastoral/BibliotecadeRecursosPastoral/Iniciocursoescolar2014-2015.pdf.

Allí presenta una celebración que puede ser realizada en la familia.

SEÑOR, amanece un nuevo día. Y con él, un nuevo curso.

Un día que se ha hecho posible gracias a tu amor.

Lo has vestido con tu mirada de creador y padre,

Le has dado todo tu esplendor y belleza,

aunque haya días fríos y con lluvia.

Tú nos has dado este nuevo amanecer,

esta mañana de hoy para seguir viviendo,

para seguir aprendiendo

que Tú amaneces para todos por igual

Al iniciar el curso, toma mi vida, Señor,

con ella yo te alabo.

Al alba tempranera se asoma mi oración,

a través de la luz de la mañana,

ten presente mi oración

para pedirte que tus ojos

le presten a mis ojos su visión.

No dejes que, según avancen los días,

mis pasos se extravíen;

no dejes que te olvide;

no permitas que desconfíe de Ti

y de tu amor para conmigo.

No dejes que termine perdido/a

entre la trama

de tanta bagatela inútil,

de tantas componenda como tejen a mi alrededor.

Haz que yo no sea este curso de los que no juegan limpio,

De los que no dicen verdad.

Ven, Tú, Señor, a mi vida, en este curso nuevo.

Sé tú mi amigo y compañero de jornada.

Cuando me encuentre con los otros

haz que sepa ver tu rostro escondido en el suyo,

aunque duela, aunque cueste.

Por eso, amplía mi visión,

abre mi ventana interior.

Ayúdame a no volver la mirada,

a ser sincero y a mirar de frente.

Que tu rostro se refleje también en el mío.

Ayúdame, Señor,

a encontrar las palabras y los gestos oportunos,

para que nadie salga herido,

sino reconocido como hermano o hermana

y compañeros de camino. Amén

ACCIÓN FAMILIAR

Proponemos este fin de semana rezar la oración propuesta arriba para rezarla con los hijos, al inicio del curso escolar.

pastoral

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