El factor liderazgo, de nuevo irrumpe en escena – POR GINÉS MARCO
Como bien señala en ‘Nueva Revista’ mi amigo y referente intelectual, Rafael Alvira, a lo largo de la historia ha habido siempre tiempos de decadencia en los que, para salir de situaciones deplorables, se necesitaron líderes con grandeza de ánimo, convencidos de que la obra de renovación proviene del interior de la persona.
Rafael Alvira se retrotrae en el tiempo: las despiadadas experiencias de la guerra del Peloponeso deberían servir de referencia para calibrar cómo se puede superar la corrupción interior de la vida política de las ciudades estados griegas, y el odio mutuo y aniquilador que las arrasaba. No en vano había sido esta animadversión egoísta, según relata Tucídides, lo que había llevado a la justificación de todas las infamias y a hacer la primera deconstrucción de la moral, de la que se tenga noticia.
Uno de esos líderes, con preocupación por el bien común, era Isócrates, que en su discurso programático Contra los sofistas defiende intereses que van más allá del mero interés que pudiera promoverse desde las diversas ciudades-estado. En esta obra insiste en un factor -que ya pasaba de puntillas en su tiempo y que en el momento presente parece seguir la misma estela: la necesidad de educar a la juventud para que abandone sus intereses egoístas y mezquinos, y pueda alcanzar una cierta magnanimidad que, a su vez, siempre presupondrá un dominio de sí mismo.
Otro tanto puede decirse en relación con el período histórico-literario al que pertenece el gran escritor Plutarco (46-120 d. C), y que cae dentro de una época que ha sido calificada de decadente. Plutarco ha pasado a la historia de un modo especial gracias a su obra Vidas paralelas. En ellas hace un análisis muy vivo del carácter de quienes destacaban por su sinceridad y honradez. Describe, por ejemplo, en el volumen IV de esa obra, la autoridad de la que gozaba Catón, que se había granjeado gran honor no tanto por su elocuencia como, sobre todo, por su modo de vivir de modo austero: “[…] Se contentaba con cenas sencillas, una casa plebeya, y admiraba más no necesitar cosas superfluas que poseerlas […]. Con razón, pues, miraban todos a Catón como un prodigio, al ver que los demás, debilitados por los placeres, no eran capaces de aguantar ningún trabajo, y que éste en ambas cosas se conservaba invicto, no solo de joven y cuando aspiraba a los honores, sino también de anciano y canoso después del consulado […]”.
En nuestros días estamos presenciando varios signos de decadencia por faltar esa grandeza de ánimo en personas que asumen elevadas responsabilidades en la dirección política. La patente ausencia de total empatía hacia las víctimas de la pandemia; la pretensión de muchos de ellos de subirse el sueldo cuando ni siquiera se ha tocado fondo en la monumental crisis económica en la que nos hallamos inmersos; el tacticismo en todas y cada una de sus puestas en escena; su postura retorcida para salir airosos ante una opinión pública sumida en el estupor, etc., constituyen manifestaciones que invitan al desaliento.
Precisamente cuando todo hace presagiar un hundimiento de nuestra civilización, urge forjar líderes políticos que no se dejen arrastrar por la confusión generalizada y, sobre todo que no se dobleguen ante las tentaciones de disfrutar cada día de más bienes materiales. El Máster Universitario en Marketing Político y Comunicación Institucional -que tengo el honor de dirigir en lo académico desde sus orígenes, (hace ya ocho años)- aspira a seguir influyendo audazmente y con rigor en ese liderazgo que, por cierto, emerge de nuevo con fuerza en el momento presente. La pretensión no es otra que la de dirigir y servir con denuedo a la función pública, porque eso es lo que la sociedad de nuestro tiempo, hoy más que nunca.
-Ginés Marco Perles-
Decano de la Facultad de Filosofía, Letras y Humanidades UCV
Director del Máster Universitario en marketing político y comunicación institucional