28 sept

Reflexión martes 28 de septiembre

Lectura del santo evangelio según san Lucas (9,51-56):

Cuando se iba cumpliendo el tiempo de ser llevado al cielo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén. Y envió mensajeros por delante. De camino, entraron en una aldea de Samaria para prepararle alojamiento. Pero no lo recibieron, porque se dirigía a Jerusalén.
Al ver esto, Santiago y Juan, discípulos suyos, le preguntaron: «Señor, ¿quieres que mandemos bajar fuego del cielo que acabe con ellos?»
Él se volvió y les regañó y dijo: «No sabéis de que espíritu sois. Porque el Hijo del Hombre no ha venido a perder a los hombres, sino a salvarlos.»
Y se marcharon a otra aldea.

Palabra del Señor

Reflexión

En el Evangelio contemplamos Jesús que tomó la decisión de ir a Jerusalén.

¿Qué significa este ir a Jerusalén?

Ser cristiano, ser discípulo, es una peregrinación, un caminar junto a Jesucristo, siguiéndole a Él que es el Camino, la Verdad y la Vida.

Es una subida a la meta a la que el Dios nos llama: la comunión con Él, que pasa por la cruz y que llegará a su plenitud cuando lleguemos al Cielo. Como dice San Agustín: Nos hiciste, Señor, para Ti, y nuestro corazón está inquieto, hasta que descanse en Ti.

No podemos seguir Jesucristo en solitario. Él nos ha llamado a formar un pueblo y, por tanto, esta peregrinación no la hacemos solos, caminamos juntos, en comunidad, en comunión con la Iglesia. El humilde creer con la Iglesia, es esencial para seguir a Jesús.

Para conocer por dónde hemos de caminar, es necesario escuchar la Palabra Dios y vivirla: con fe, esperanza y amor. Sin apropiarnos de la Palabra, porque no somos dueños sino servidores de la Palabra. Por eso, hemos de vivir con constante espíritu de conversión.

También forma parte del camino dejar que el Señor nos tome de la mano y nos de su gracia en los sacramentos, especialmente, la Penitencia y la Eucaristía.

Y la cruz forma parte de la subida: El que quiera ser discípulo, que se niegue a sí mismo, que tome su cruz y me siga (cf. Mt 16, 24). El Señor te salva en la Cruz, en tu cruz.

Esta es la santidad a la que estamos llamados: dejar que el Espíritu Santo reproduzca en nosotros la imagen de Jesucristo. Como Él quiera. Pero siempre con sus llagas, llagas resucitadas y gloriosas.

Y necesitamos el don del Espíritu Santo que prepara nuestro corazón para seguir confiadamente a Jesús y poder ver el amor de Dios en medio de esta peregrinación, de manera que podamos ver como el Señor nos lleva sobre alas de águila (cf. Ex 19, 4).

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