27 y 29 junio

Domingo 27 de junio

Lectura del santo evangelio según san Mateo 16,13-19

En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?»
Ellos contestaron: «Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas.»
Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»
Simón Pedro tomó la palabra y dijo: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.»
Jesús le respondió: «¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás! porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo. Ahora te digo yo: tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo.»

Palabra del Señor.

Reflexión

El evangelio de Mateo nos dice en varias ocasiones cómo la fama de Jesús crecía y se difundía por todas partes (Mt 9,26.31).  Lo cual no quiere decir sin más que los que se quedaban admirados ante la persona de Jesús hubieran comprendido correctamente su identidad más profunda. La respuesta que dan los discípulos a la pregunta de Jesús nos da buena muestra de ello.  No, Jesús no es ningún profeta, ni Juan ni Elías, ni Jeremías. Ante la confusión de la gente era necesario que los suyos, sus más estrechos colaboradores, tuvieran clara su identidad pues ellos tendrían que anunciar el mensaje y la persona de Jesús cuando Él no estuviera.
Será Pedro el que como portavoz de los discípulos tome la palabra. Y sí, de sus labios escuchamos una correcta y completa definición de Jesús. No solamente Jesús es el ungido del Señor, el Mesías, (también los reyes eran ungidos en el pueblo de Israel) sino que es sobre todo el Hijo de Dios. Este último título no tiene comparación con ningún otro aplicado a Jesús. Nadie más puede ostentarlo. Este título describe perfectamente quién es Jesús.
La alegría de Jesús ante la respuesta de Pedro muestra la exactitud de las palabras del pescador de Galilea. Aunque Pedro ha sido ayudado por Dios Padre para acertar con estas palabras. Lo cual no lo tenemos que entender como un demérito de Pedro, sino como la manifestación de una realidad: solamente gracias a la ayuda de la fe (Dios) podremos comprender realmente el misterio de Cristo.
Acto seguido se nos relata el momento decisivo en el que Jesús cambia el nombre de Simón y le confía la misión de ser la piedra (roca) sobre la cual edificará su Iglesia. Esta asamblea de creyentes en Cristo no podrá ser derrotada por ningún poder del infierno pues su fundador no es ningún hombre, sino Cristo mismo, y el mal no podrá ganar la batalla al sumo bien que es Dios. Así lo atestigua explícitamente el último libro de la Revelación neotestamentaria, el Apocalipsis.  La entrega de las llaves y el poder de atar y desatar completan la misión tan especial y singular que Jesús encarga a Pedro.  Él, Cristo es el fundador y Pedro es la piedra sobre la que se edificará la Iglesia. La expresión atar y desatar designaba entre los judíos de la época la potestad para interpretar la Ley de Moisés con autoridad. Ahora Pedro tiene la autoridad para interpretar la Ley según las palabras de Jesús y adaptarla a la Revelación que Él nos ha traído: las palabras y las obras de Jesús, serán el contenido de la misión de la Iglesia que apenas acaba de ser fundada.
Día, por tanto, para que cada uno en nuestra oración respondamos esta pregunta directa: ¿quién es Jesús para mí?  Hoy celebramos en la liturgia la solemnidad de los apóstoles Pedro y Pablo. Ambos columnas de la Iglesia. Día, también para agradecer a Dios el regalo de su Iglesia, a través de la cual todos nacimos a la fe y nos encontramos con Jesucristo.

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