Reflexión del jueves, 11 de febrero

Siro_fenicia_j

Evangelio

En aquel tiempo, Jesús fue a la región de Tiro. Entró en una casa procurando pasar desapercibido, pero no logró ocultarse.

Una mujer que tenía una hija poseída por un espíritu impuro se enteró enseguida, fue a buscarlo y se le echó a los pies. La mujer era pagana, una fenicia de Siria, y le rogaba que echase el demonio de su hija.

Él le dijo: «Deja que se sacien primero los hijos. No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos».

Pero ella replicó: «Señor, pero también los perros, debajo de la mesa, comen las migajas que tiran los niños».

Él le contestó: «Anda, vete, que por eso que has dicho, el demonio ha salido de tu hija».

Al llegar a su casa, se encontró a la niña echada en la cama; el demonio se había marchado.

 

Reflexión

  • Jesús abandona el lago Genesaret y se dirige a la región pagana de Tiro y Sidón, en la costa mediterránea que está más al norte de Galilea.

Según Marcos, la intención de Jesús es pasar desapercibido (quizás ha ido hasta allí con sus discípulos buscando algo de intimidad, para poder compartir tiempo con ellos). Pero su fama de taumaturgo se ha extendido también a aquella zona vecina y una mujer pagana cuya hija estaba enferma, al enterarse de su presencia, le busca para pedirle que la sane.

Es probable que Jesús no tuviese pensado poner de manifiesto su condición mesiánica en ese momento, pero, aún así, la respuesta inicial que ofrece a aquella mujer nos resulta violenta en sus labios: «Deja que se sacien primero los hijos. No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos» (los paganos recibían este apodo despectivo, sin el diminutivo, por parte de los judíos). No hay ni siquiera una palabra de consuelo para aquella mujer que sufre.

En una época como la nuestra en la que gran parte de la población se muestra hipersensible con lo que otros dicen sobre uno –la gente vive en una continua sospecha sobre el otro y generando montañas de rencor en su interior–, aquellas palabras de Jesús habrían hecho mella en casi todos nosotros y nos hubiéramos ido de aquella casa danto un portazo.

En cambio, aquella mujer no se siente ofendida o agraviada; sabe que está pidiendo un don, algo que no merece, y por ello responde con humildad: «Señor, pero también los perros, debajo de la mesa, comen las migajas que tiran los niños».

La actitud humilde de aquella mujer se gana el corazón de Jesús: «Anda, vete, que por eso que has dicho, el demonio ha salido de tu hija». La oración humilde y perseverante Dios siempre la acoge. Lo vemos en el buen ladrón crucificado a su lado, en Zaqueo el publicano o en el ciego Bartimeo.

La humildad no es la virtud más excelente (lo es la caridad), pero sí es la más necesaria; es la base sólida sobre la que cimentar el edificio de la santidad. Tenemos que aprender mucho de esta mujer pagana.

  • A través de la eucaristía Cristo nos da una hermosa lección de humildad, haciéndose presente bajo las sencillas especies del pan y del vino; dándonos no las migajas de su amor, sino dándose todo él. Aprendamos de él.

Al inicio de la misa, cuando se invoca la misericordia del Señor por tres veces, bien podemos acordarnos de esta mujer fenicia y poner con humildad en las manos de Jesús nuestros deseos. Así sea.

pastoral

pastoral

Leave a Comment