Reflexión del jueves, 25 de febrero
EVANGELIO
REFLEXIÓN
Después de habernos enseñado a orar con el Padre nuestro, Jesús nos invita a tener confianza en el Padre del cielo, el Padre bueno que te ama y cuida de ti.
La fe no es una teoría que se aprende, sino una vida que se disfruta. Vivir la fe es vivir una historia de amor y de salvación con el Señor.
Y en toda historia de amor es necesaria la comunicación, el diálogo entre los que se aman.
Un diálogo supone siempre escuchar y hablar.
Es muy importante escuchar y acoger la Palabra del Señor que tiene vida eterna, tiene poder para sanar, para iluminar, para reconstruir…
Hemos de escuchar las mociones del Espíritu Santo que susurra en nuestro corazón y que sopla donde quiere, y dejarnos llevar por Él.
Y también hemos de hablar con el Señor. ¡Ábrele el corazón al Señor! Entrégale lo que hay en él: sufrimientos, preocupaciones, heridas, sueños, proyectos, fracasos, pecados, problemas, personas, alegrías… Como la reina Ester: Ven en mi ayuda, que estoy sola y no tengo otro socorro fuera de ti, Señor.
Y también pedir al Señor. Dios te da en cada momento de tu vida lo que tú necesitas, aunque muchas veces no coincide con lo que pides:, porque nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene. Por eso, necesitamos el Espíritu Santo, que intercede por nosotros con gemidos inefables. Y por eso lo primero que has de pedirle es ¡el Espíritu Santo!
Si acoges el don del Espíritu Santo tendrás la fortaleza para poder combatir el combate de la fe y la sabiduría para poder disfrutar de la vida de cada día, porque tendrás la certeza de que no hay nada ni nadie que pueda separarte del amor de Dios.
La Palabra hoy te invita a vivir en la certeza de que Dios te escucha y en la confianza de que tu oración es eficaz. Pero con la eficacia de Dios, que te da lo que más te conviene.
¡Os daré un corazón nuevo! (cf. Ez 36, 26)
¡Ven Espíritu Santo! (cf. Lc 11, 13).