Reflexión del miércoles, 28 de abril

 

 Luz

PRIMERA LECTURA

Hch 12,24-13,5

      En aquellos días, la palabra del Señor cundía y se propagaba. Cuando cumplieron su misión, Bernabé y Saulo se volvieron de Jerusalén, llevándose con ellos a Juan Marcos.

En la Iglesia de Antioquía había profetas y maestros: Bernabé, Simeón, apodado el Moreno, Lucio el Cireneo, Manahén, hermano de leche del virrey Herodes, y Saulo.

Un día que ayunaban y daban culto al Señor, dijo el Espíritu Santo:

– «Apartadme a Bernabé y a Saulo para la misión a que los he llamado.»

Volvieron a ayunar y a orar, les impusieron las manos y los despidieron.

Con esta misión del Espíritu Santo, bajaron a Seleucia y de allí zarparon para Chipre. Llegados a Salamina, anunciaron la palabra de Dios en las sinagogas de los judíos, llevando como asistente a Juan.

 

SALMO RESPONSORIAL

Sal 66,2-3.5.6.8:

Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben.

El Señor tenga piedad nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación.

Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud
y gobiernas las naciones de la tierra.

Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
Que Dios nos bendiga; que le teman
hasta los confines del orbe.

ALELUYA

Jn 8, 12

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy la luz del mundo -dice el Señor-;
el que me sigue tendrá la luz de la vida

 

EVANGELIO

Jn 12,44-50

      En aquel tiempo, Jesús dijo, gritando:

– «El que cree en mí, no cree en mí, sino en el que me ha enviado. Y el que me ve a mí ve al que me ha enviado. Yo he venido al mundo como luz, y así, el que cree en mí no quedará en tinieblas.

Al que oiga mis palabras y no las cumpla yo no lo juzgo, porque no he venido para juzgar al mundo, sino para salvar al mundo. El que me rechaza y no acepta mis palabras tiene quien lo juzgue: la palabra que yo he pronunciado, ésa lo juzgará en el último día. Porque yo no he hablado por cuenta mía; el Padre que me envió es quien me ha ordenado lo que he de decir y cómo he de hablar. Y sé que su mandato es vida eterna. Por tanto, lo que yo hablo lo hablo como me ha encargado el Padre.»

Palabra del Señor

REFLEXIÓN

        La Palabra que el Señor nos regala hoy nos invita a descubrir a Jesucristo vivo y resucitado que nos dice: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue tendrá la luz de la vida.

Quien cree ve; ve con una luz que ilumina todo el trayecto del camino, porque llega a nosotros desde Cristo resucitado, estrella de la mañana que no conoce ocaso (cf. Francisco, Lumen Fidei 1)

Pero como consecuencia de la herida del pecado original, vivimos tantas veces en la oscuridad. Incapaces de ver el amor de Dios en medio de nuestra historia; incapaces de encontrar sentido a nuestra vida, sobre todo cuando en ella aparece el sufrimiento…

Por eso, tantas veces vivimos cansados y agobiados, llenos de miedos e incertidumbres…, y tantas veces lo que brota de nuestro corazón es la queja, la murmuración, la protesta… signo de no ver el amor de Dios en la vida de cada día.

Y también se nota esta oscuridad en la falta de discernimiento. Por eso, a veces vivimos confundidos, desorientados, perdidos, sin saber cómo hay que vivir, dejándonos llevar por el vaivén de las modas del príncipe de este mundo que trata de engañarnos haciéndonos buscar la vida en los ídolos o por los deseos del hombre viejo, que desea contra el Espíritu (cf. Rom 8, 7).

Cuando nos encontramos con Jesús y acogemos el don del Espíritu Santo y dejamos que Él ilumine nuestro corazón, las tinieblas se desvanecen y comenzamos a ver con claridad, aunque la amenaza de la oscuridad está siempre presente, y, por tanto, la vida cristiana es una permanente lucha entre la luz y las tinieblas.

       Incluso la muerte queda iluminada y puede ser vivida como la última llamada de la fe, el último «Sal de tu tierra», el último «Ven», pronunciado por el Padre, en cuyas manos nos ponemos con la confianza de que nos sostendrá incluso en el paso definitivo (cf. Francisco, Lumen Fidei 56)

Déjate iluminar por Jesucristo Resucitado! ¡Deja que el Espíritu Santo renueve tu vida!

En este tiempo de dificultad, el Señor te invita a orar con su Palabra: Que Dios tenga piedad y nos bendiga, ilumine su rostro sobre nosotros.

¡Os daré un corazón nuevo!  (cf. Ez 36, 26).

¡Ven Espíritu Santo!  (cf. Lc 11, 13).

 

Acción Familiar

               «Yo he venido al mundo como luz, y así, el que cree en mí no quedará en tinieblas».

Gesto

  1. Encender una vela.
  2. Comienzo: En el nombre del Padre… (Señal de la Cruz)
  1. Gesto en Familia:

 

Reflexión en silencio: ¿De dónde viene la energía que alimenta mi vida y hace posible que sea luz para el mundo? De mí mismo/a, de la opinión que tengan otros de mí, de mi imagen, del éxito, del amor de Dios…? Después compartirlo con la familia.

 

Oración final:

Dios creador del universo,
de la luna y las estrellas, de la tierra,
de cada molécula, átomo, de todo lo que es y existe:
Tú estás en cada latido de mi corazón.
Tú estás conmigo, ahora
Señor Jesús,
hay mucho que deseas enseñarme,
pido la gracia de escucharte y de aprender
para poder ser la luz que tú esperas de mí.

Gloria al Padre, al Hijo, y al Espíritu Santo,
Como era en un principio,
Ahora y siempre
por los siglos de los siglos

Amén.

Fuente: www.espaciosagrado.com

 

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