Reflexión Domingo 24 de mayo
Conclusión del santo evangelio según san Mateo (28,16-20):
En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Al verlo, ellos se postraron, pero algunos dudaron. Acercándose a ellos, Jesús les dijo: «Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos».
Reflexión:
Celebramos hoy la solemnidad de la Ascensión del Señor; es la liturgia que nos acerca el momento en el que Jesús resucitado, después de 40 días apareciéndose a sus discípulos, asciende al Cielo definitivamente.
Es una fiesta que llena de esperanza nuestro día a día, porque Cristo ha llevado al Cielo nuestra naturaleza humana, y allí donde ha ido Él, estamos destinados a ir nosotros. Somos ciudadanos del Cielo, y tenemos allí un lugar preparado por el mismo Jesús; Él ha inaugurado un camino para ir al Cielo; de hecho, se ha trasformado en Camino para que sepamos llegar hasta nuestra meta.
Con la Encarnación, y ahora con la Ascensión, el Cielo y la Tierra se han fundido definitivamente. Cristo no se ha ido, sino que como nos dice en el Evangelio de hoy “está con nosotros todos los días hasta el fin de los tiempos”. El problema reside en aprender a reconocerlo en nuestro día a día, descubrir su presencia en nuestro corazón, en los demás, en la Palabra, en su Cuerpo y Sangre, en los pobres… Y para ello necesitamos el don del Espíritu Santo.
La Iglesia nos quiere preparar durante esta próxima semana para la solemnidad que celebraremos el domingo 31 de mayo: Pentecostés. Necesitamos al Espíritu Santo para que trasforme y divinice nuestro espíritu y así podamos vivir la vocación al amor a la que hemos sido llamados.
Seamos durante estos días mendigos del Espíritu Santo, y supliquemos humildemente que venga a nosotros este dulce huésped del alma, porque Él es el fuego, la alegría, el consolador, el defensor… y lo necesitamos para vivir el Camino de amor de Jesús y empezar a gustar el Cielo ya aquí en la Tierra.