4 nov

Reflexión sábado 4 de noviembre

Lectura del santo evangelio según san Lucas (14,1.7-11):

Un sábado, entró Jesús en casa de uno de los principales fariseos para comer, y ellos le estaban espiando. Notando que los convidados escogían los primeros puestos, les propuso esta parábola: «Cuando te conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal, no sea que hayan convidado a otro de más categoría que tú; y vendrá el que os convidó a ti y al otro y te dirá: «Cédele el puesto a éste.» Entonces, avergonzado, irás a ocupar el último puesto. Al revés, cuando te conviden, vete a sentarte en el último puesto, para que, cuando venga el que te convidó, te diga: «Amigo, sube más arriba.» Entonces quedarás muy bien ante todos los comensales. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.»

Palabra del Señor

 

REFLEXIÓN:

La Palabra del Señor nos invita a formarnos una conciencia realista, que nos haga ver el puesto que ocupamos, la responsabilidad que se nos ha confiado, la tarea que estamos llamados a desarrollar. El presuntuoso que suele mirarse en un espejo que dilata las proporciones, se sitúa “fuera de su sitio”. ¡Qué provechoso, en cambio, es estar en el sitio que nos corresponde! Fuera de la lógica de los que aspiran a hacer carrera, lejos de los delirios de protagonismo, se experimenta que la humildad auténtica no es una mal soportada reducción de nuestras propias cualidades, sino un ponerlas al servicio de los otros con generosidad, sin autoexaltaciones.

Hoy siento que se me dirige una pregunta: ¿Qué es lo que estás buscando? Si busco un puesto bien vistoso, si busco el predominio sobre los otros, corro el riego de ser catapultado al final de la fila. Si busco el crecimiento del bien y la promoción de los demás, entonces aprendo a celebrar todo aquello que pueda ayudarles, aunque suponga un sacrificio para mí. ¿Qué es lo que estoy buscando?

El mundo me sacude de derecha a izquierda: con mil enseñas brillantes me atrae a sus redes. Con sonrisas amistosas la vida me invita a que me acomode en su banquete, hasta tal punto que es casi imposible sustraerse, hacer valer lo que más cuenta: el bien último, mi salvación y la de mis hermanos. Es más fácil un beneficio egoísta inmediato que esperar hasta quien sabe cuándo, que ilusionarse con que un día alguien salga afuera y me diga: “Amigo, pasa más adelante, tú mereces más, eres una persona valiosa”.

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