5 sept

Reflexión domingo 5 de septiembre

Lectura del santo evangelio según san Marcos (7,31-37):

En aquel tiempo, dejó Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del lago de Galilea, atravesando la Decápolis. Y le presentaron un sordo que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga las manos.
Él, apartándolo de la gente a un lado, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua. Y, mirando al cielo, suspiró y le dijo: «Effetá», esto es: «Ábrete.»
Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba sin dificultad. Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos. Y en el colmo del asombro decían: «Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos.»

Palabra del Señor

Reflexión

La Palabra de Dios que proclamamos hoy nos presenta la situación en que se encuentra el hombre después del pecado original: interiormente se ha vuelto sordo y mudo. Fácilmente vive en la desconfianza que le lleva a dudar del amor de Dios y a mirarle como un rival. Y esta desconfianza puede terminar cerrando su oído para escuchar la Palabra; cerrando sus ojos para poder ver el amor y la acción de Dios en medio de su vida; cerrando sus labios para proclamar las maravillas de Dios. Y por ese camino, terminar viviendo en una profunda soledad. Por eso, la Iglesia, nos invita todos los días a comenzar la Liturgia de las Horas con una llamada a la conversión: ojalá escuchéis hoy la voz del Señor, no endurezcáis vuestro corazón.
Por ello, hoy la Palabra te anunciauna buena noticia: Sed fuertes, no temáis. ¡He aquí vuestro Dios! Llega el desquite, la retribución de Dios. Viene en persona y os salvará. Una Palabra que nos invita a huir del pesimismo catastrofista que nos anuncian los falsos profetas, y nos llama a vivir en la confianza en la fidelidad de Dios que no deja de amarnos nunca- Isaías anuncia que Dios nos ama tanto que no puede permanecer impasible ante esta situación del hombre y va a intervenir personalmente para salvarnos. En el desierto, signo de la muerte, brota el agua abundante, surge la vida. Esta maravillosa salvación se hace presente de una manera absoluta y definitiva en Jesucristo, el Salvador, el Señor. Tú no te das la vida a ti mismo. Necesitas a Jesucristo, el Salvador. Y, como decíamos el Domingo pasado, Dios crea por la Palabra y, curará tu sordera y tu mudez en la medida en que vayas escuchando y acogiendo su Palabra: Una Palabra tuya bastará para sanarme. En tu bautismo el sacerdote tocando tu boca y tus oídos, dijo: Effetá, ábrete. Y oró por ti para que pronto pudieras escuchar la Palabra de Dios y se soltara tu lengua para confesar la fe y alabar al Señor. Por el Bautismo, comenzamos a respirar el Espíritu Santo, aquel que Jesús había invocado del Padre con un profundo suspiro, para curar al sordomudo. Y así, toda la vida cristiana no es más que dejar que el Espíritu Santo haga crecer y madurar en ti la semilla recibida en el Bautismo. Pero el sacramento del bautismo no es magia. El bautismo abre un camino que hay que recorrer, inicia una vida nueva que hay que vivir. Y la meta ya sabes cuál es: el cielo, la vida eterna.

Nos introduce en la comunidad de los que son capaces de escuchar y de hablar; nos introduce en la comunión con Jesús mismo, nos da el Espíritu Santo. La Palabra nos muestra también dos signos claros de tener abierto el oído y escuchar al Señor: el amor fraterno: no mezcléis la fe en nuestro Señor Jesucristo glorioso con la acepción de personas; y el vivir enla bendición, en la alabanza, dando gracias a Dios, porque todo lo ha hecho bien. Al cielo se entra cantando el magnificat, tu magnificat: proclamando que Dios ha mirado tu pequeñez y ha hecho obras grandes en ti. Así es como vivió María, cuya Natividad celebramos ayer: abierta al Espíritu, escuchando, confiando, obedeciendo.

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