15 feb

Reflexión jueves 15 de febrero

Lectura del santo evangelio según san Lucas (9,22-25)

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día».

Entonces decía a todos: «Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga. Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará. ¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero si se pierde o se arruina a sí mismo?».

Palabra del Señor

Reflexión

            La pregunta por la identidad de Jesús que recorre toda la primera parte del evangelio de Marcos concluía ayer con el cumplimiento del último de los signos mesiánicos anunciados por el profeta Isaías: la curación del ciego de Betsaida. A partir de este momento se inicia el segundo acto o segunda parte del evangelio. Lo hace con una conversación crucial entre Jesús y sus discípulos.

Camino de Cesarea de Filipo, primero les pregunta: «¿Quién dice la gente que soy yo?». La respuesta que ofrecen los discípulos coincide con lo más grande que humanamente podía concebir un judío piadoso: Jesús es un profeta, incluso el mismo Elías, que se pensaba debía volver, tras ser arrebatado al cielo.

En ese momento Jesús reformula la pregunta e interpela directamente a sus discípulos: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». La respuesta de Pedro no expresa una opinión, sino que aparece como una auténtica profesión de fe: «Tú eres el Mesías». Jesús no sólo es un gran hombre de Dios, un profeta, sino que él es el Mesías esperado. Pedro acaba de responder de un modo nítido a la pregunta que Marcos nos ha planteado a lo largo de la primera parte de su evangelio. Tenemos aquí la bisagra perfecta entre el primer y segundo acto del evangelio.

  • Pero ¿qué pasa a continuación?, ¿cómo reacciona Jesús?

            Jesús manda guardar silencio (como hiciera en los cuatro casos de carácter mesiánico), pro no rechaza el título de Mesías que le da Pedro. Ahora bien, inmediatamente Jesús hace algo significativo: sustituye el título de Mesías por el de “Hijo del Hombre”.

La confesión de fe que acaba de realizar Pedro es correcta, pero incompleta, porque Pedro concibe al Mesías desde una perspectiva humana: un rey triunfador que expulsará de la tierra de Israel a sus opresores. Jesús, en cambio, a lo largo de este segundo acto irá mostrando a sus discípulos la misión del Mesías desde la perspectiva de Dios: Él es el Siervo sufriente anunciado por el profeta Isaías (Is 53). La salvación se realizará a través de la entrega de su vida en Jerusalén.

Jesús dedicará mucho tiempo a formar a sus discípulos mostrándoles la necesidad de la pasión para entrar en su gloria: «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser reprobado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días».

            A Pedro –y a nosotros también– le cuesta comprender que el triunfo de Cristo sea realmente la cruz: «Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo». Cristo, entonces, lo reprende abiertamente porque ese modo humano de ver las cosas es incompatible con el plan de Dios: «¡Ponte detrás de mí, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!»

A lo largo de los próximos días el evangelio de Marcos nos irá mostrando qué significa realmente el hecho de que Jesús sea el Mesías; intentará ayudarnos a entrar en la lógica de Dios, de la que tantas veces nos alejamos. Por ello, siempre nos viene recordarla una y otra vez. Así sea.

pastoral

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