16 nov

Reflexión martes 16 de noviembre

Evangelio según san Lucas 19, 1-10

En aquel tiempo, entró Jesús en Jericó y atravesaba la ciudad.

Un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de distinguir quién era Jesús, pero la gente se lo impedía, porque era bajo de estatura. Corrió más adelante y se subió a una higuera, para verlo, porque tenía que pasar por allí.

Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y dijo:

— Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa.

El bajó en seguida, y lo recibió muy contento.

Al ver ésto, todos murmuraban diciendo:

— Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador.

Pero Zaqueo se puso en pie, y dijo al Señor:

— Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más.

Jesús le contestó:

— Hoy ha sido la salvación de esta casa; también éste es hijo de Abrahán.

Porque el Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido.

Reflexión

La frase que resuena fuertemente en este Evangelio es «el Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido”. Semejante versículo es el prisma por el que se nos pide interpretar toda la historia que Dios hace con los hombres. Y así es también para Zaqueo. Él es un publicano, un judío recaudador de impuestos a sueldo de los ocupantes romanos. Con lo que, para los otros judíos es un traidor, un miserable. No obstante, esto no le impide el tratar de ver quién es Jesús exponiéndose a la mirada de todos desde lo alto de la higuera. Tal acercamiento del publicano hacia Jesús es correspondido por este último, lo que provoca en Zaqueo el cambio en su forma de vida.

Parece que siempre es un poco difícil el conjugar correctamente la misericordia de Dios con su justicia en nuestras mediocres seseras. Lo que está claro es que cuando hacemos todo lo que podemos hacer para encontrarnos con Dios, Él está ahi, pasando cerca de nosotros con su asombrosa disposición a perdonarnos.

Oración

Señor,

escucha nuestras súplicas matinales y,

con la luz de tu misericordia,

alumbra la oscuridad de nuestro corazón:

que los que hemos sido iluminados por tu claridad

no andemos nunca tras las obras de las tinieblas.

Amén.

pastoral

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