26 abr

Reflexión miércoles 26 de abril

Lectura del santo evangelio según san Mateo 5,13-16

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

«Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán?

No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente.

Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte.

Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa.

Brille así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en los cielos».

Palabra del Señor

REFLEXIÓN

Celebramos hoy la fiesta de san Isidoro, obispo y doctor de la Iglesia, gran defensor de la fe católica en la España visigoda de los siglos VI-VII. Llegó a ser uno de los hombres más sabios de su época, aunque al mismo tiempo era un hombre de profunda humildad y caridad. Fue como un puente entre la Edad Antigua que terminaba y la Edad Media que comenzaba.

Y la Palabra nos muestra cuál es la verdadera sabiduría, la que llena el corazón del hombre y da sabor y sentido a su vida. San Pablo dice a los Corintios que mi palabra y mi predicación no fue con persuasiva sabiduría humana, sino en la manifestación y el poder del Espíritu, para que vuestra fe no se apoye en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios.

La sabiduría divina consiste en seguir el pensamiento de Jesucristo, en dejarnos llevar por su Espíritu. No es que san Pablo desprecie la sabiduría y el conocimiento humanos. Lo que san Pablo nos previene contra el veneno de la falsa sabiduría, que es el orgullo humano, la autosuficiencia…

La verdadera sabiduría es don, uno de los dones del Espíritu Santo, que te abre las puertas del cielo, porque Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman.

La verdadera sabiduría es poder mirar las cosas con los ojos de Dios y poder ver el amor de Dios en medio de tu vida, y así poder decir como el salmista: Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero, ¡Qué dulce al paladar tu promesa!

¡Ven Espíritu Santo! (cf. Lc 11, 13).

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