21 jun

Reflexión viernes 21 de junio

Del Evangelio según san Mateo 6, 19-23

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «No atesoréis para vosotros tesoros en la tierra, donde la polilla y la carcoma los roen y donde los ladrones abren boquetes y los roban. Haceos tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni carcoma que los roen, ni ladrones que abren boquetes y roban. Porque donde está tu tesoro, allí estará tu corazón. La lámpara del cuerpo es el ojo. Si tu ojo está sano, tu cuerpo entero tendrá luz; pero si tu ojo está enfermo, tu cuerpo entero estará a oscuras. Si, pues, la luz que hay en ti está oscura, ¡cuánta será la oscuridad!»

Palabra del Señor

Reflexión

El Señor nos pide algo para lo que está hecho nuestro corazón (y que nos fascina desde que somos niños): que busquemos y acumulemos tesoros. El punto es que no se trata de cualquier tesoro. Él está hablando de la riqueza verdaderamente valiosa. Una que es “inrobable” e “incorruptible”. Una que no se puede ni perder ni estropear. Nos conviene escucharle, porque hay una vinculación entre corazón y tesoro. Donde está uno está otro. Y si se corrompe uno se corrompe el otro.

Se trata de los tesoros que se acumulan en el Cielo. Es ahí donde debemos acumularlos, no en la tierra. En la tierra, el tesoro consiste en acumular dinero y fácilmente se pierde. Mal negocio y fatal para el corazón, porque donde está el tesoro está el corazón. En el Cielo, el tesoro es Dios mismo en cuanto visto y amado por cada uno, según los grados de gloria que alcancemos. Buen negocio. Nuestro Dios es el mejor asesor financiero… y el mejor cardiólogo.

¿Cómo se acumulan tesoros si ahora estamos en la tierra? Esto es lo que nos revela el Señor: cuando aquí renunciamos a acumular riquezas por amor a Dios y al prójimo, y las repartimos y les damos buen uso, acumulamos riquezas eternas en el Cielo.

Algo más nos dice la Palabra de Cristo sobre el dinero. Y es que tiene mucho que ver con el ojo y la luz. Las riquezas terrenas, acumuladas codiciosamente, dejan a oscuras al hombre. La limosna (es decir, todas las obras de misericordia) clarifican la mirada. No solo la clarifican, nos hacen luz: ¡tu cuerpo entero tendrá luz!

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