232 dic

Reflexión viernes 23 de diciembre

Lectura del santo evangelio según san Lucas 1, 57-66

A Isabel se le cumplió el tiempo del parto y dio a luz un hijo. Se enteraron sus vecinos y parientes de que el Señor le había hecho una gran misericordia, y se alegraban con ella. A los ocho días vinieron a circuncidar al niño, y querían llamarlo Zacarías, como su padre; pero la madre intervino diciendo: «¡No! Se va a llamar Juan». Y le dijeron: «Ninguno de tus parientes se llama así». Entonces preguntaban por señas al padre cómo quería que se llamase. Él pidió una tablilla y escribió: «Juan es su nombre». Y todos se quedaron maravillados. Inmediatamente se le soltó la boca y la lengua, y empezó a hablar bendiciendo a Dios. Los vecinos quedaron sobrecogidos, y se comentaban todos estos hechos por toda la montaña de Judea. Y todos los que los oían reflexionaban diciendo: «Pues ¿qué será este niño?». Porque la mano del Señor estaba con él.

Palabra del Señor

Reflexión

El Señor hizo gran misericordia con Zacarías e Isabel y, junto con ellos, la ha hecho con todos nosotros al regalarnos el don de San Juan Bautista. De este santo dijo Cristo grandes cosas: “el mayor de los hijos de mujer”, “el profeta que prepara mi camino”, “Elías”, “ha dado testimonio de la verdad”, “él es la lámpara”… De modo parecido, el arcángel Gabriel dijo a Zacarías que este niño estaría lleno del Espíritu Santo desde el seno de su madre y que iría delante del Señor con el espíritu y el poder de Elías. Debemos, pues, tener una especial veneración y consideración de la persona y del mensaje del Bautista, aquél que fue designado para preparar el camino a Cristo. Históricamente y en cada persona y generación.

Hoy escuchamos su nacimiento e imposición de nombre. Ocurrió algo muy significativo ese día. El arcángel había mandado a Zacarías que el niño debía llamarse “Juan”. Y este nombre es el que defienden Zacarías e Isabel ante la opinión mayoritaria de los familiares y amigos. La mayoría, en efecto, quería que el niño llevara el nombre de su padre y seguir así una legítima y venerable costumbre. Esta costumbre encierra una verdad no desdeñable: es natural y bueno continuar con la tradición de los padres. En este caso, Zacarías e Isabel eran de estirpe sacerdotal y es natural que el niño transitara por esta senda.

Pero era necesario que se supiera que este niño tenía un designio especial. Que él iba a ser un hito en la historia de la salvación. Que con Juan terminaba el Antiguo Testamento y empezaba el nuevo. Juan no venía a continuar la estirpe sacerdotal de sus padres terrenos (un sacerdocio que Cristo iba a superar) sino a preparar la venida del Mesías prometido. Su cambio de nombre era justo y necesario. Y debía ser defendido.

Y así fue. Al defender el designio divino, además, Zacarías recobró el habla que había perdido al dudar del mensaje angélico.

Meditemos estos hechos maravillosos que rodean la venida en carne del Hijo de Dios a la tierra. Aprendamos también de los ejemplos de fe y de virtud que nos han legado nuestros venerables antepasados. Pidamos a Dios, sinceramente, esta valentía testimonial de Zacarías e Isabel, el fuego del Bautista, el aprender de ellos a prepararnos a recibir a Nuestro Señor, el estar abiertos a que el Señor nos diga qué nombre ha pensado para cada uno de nosotros, ése «que nadie conoce sino aquel que lo recibe» (Ap 2, 17).

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