domingo 16 agosto

Domingo 16 de agosto: Mujer, qué grande es tu fe

Lectura del santo evangelio según san Mateo (15,21-28):

En aquel tiempo, Jesús se marchó y se retiró al país de Tiro y Sidón.
Entonces una mujer cananea, saliendo de uno de aquellos lugares, se puso a gritarle: «Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo.» Él no le respondió nada.
Entonces los discípulos se le acercaron a decirle: «Atiéndela, que viene detrás gritando.»
Él les contestó: «Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel.»
Ella los alcanzó y se postró ante él, y le pidió: «Señor, socórreme.»
Él le contestó: «No está bien echar a los perros el pan de los hijos.»
Pero ella repuso: «Tienes razón, Señor; pero también los perros se comen las migajas que caen de la mesa de los amos.»
Jesús le respondió: «Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas.»
En aquel momento quedó curada su hija.

Palabra del Señor

REFLEXIÓN

En el Evangelio contemplamos la escena de la mujer cananea, que no pertenece al pueblo de Israel, y le pide a Jesús que cure a su hija que está siendo atormentada por un demonio.   La   mujer grita a Jesús:

«Ten compasión de mí», con la esperanza de ser escuchada por el Señor, a pesar de que inicialmente no le responde nada.

Jesús se admira de la fe de esta mujer: Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas. Viniendo del paganismo y de la idolatría, encontró la salud para su hija; y para sí misma encontró al Dios vivo.

Y es que lo que salva es la fe, con independencia de la raza, el pueblo o la nación.

Su camino es el camino de una persona de buena voluntad que busca a Dios y lo encuentra. Por su fe el Señor la bendice.

También nosotros estamos llamados a crecer en la fe, a descubrir y acoger con libertad el don de Dios y a gritar al Señor.

Estamos llamados a crecer en la fe. Sí, la fe es una vida, una historia de amor entre Dios y nosotros y

  • crece en la medida en que vamos profundizando en esa amistad con Dios;
  • crece al confiar en Él cada día
  • crece cuando acogemos su Palabra y vivimos de ella;
  • crece al invocar cada día el don del Espíritu Santo para que nos enamore del Señor;
  • crece cuando salimos de nosotros mismos y amamos a los demás como Cristo nos ama;
  • crece cuando tomamos la cruz y seguimos al Señor por dónde Él quiere llevarnos y no por donde a nosotros nos apetece ir
  • crece cuando vivimos no solitariamente, sino en su cuerpo, que es la Iglesia.

Estamos llamados a pedirle al Señor lo que necesitamos. A gritarle, incluso, en los momentos de mayor dificultad.

Pero sin exigir ni reclamar nada, sino viviéndolo todo como un don, como una gracia, como un regalo.

Y con la confianza de saber que Dios nos ama y no deja de amarnos nunca y nos da lo que necesitamos.

¿Cómo está tu fe? ¿Te sientes necesitado de la salvación de Dios? ¿O te sientes fuerte y crees que tú lo puedes todo?

¡Acércate al Señor en la oración!   ¡Pídele   el   Espíritu   Santo! ¡Pídele  con  insistencia  aquello  que más necesites en tu vida de fe para alcanzar la vida eterna! ¡Y no te preocupes si el Señor tarda! ¡Descansa en Él ¡Él te ama más que nadie! ¡Él cuida de ti!

Para ayudarte a rezar

Haz un rato de oración y dialoga con el Señor sobre la situación de tu fe.

La Palabra del Señor, luz para cada día   

1ªlectura: Isaías 56, 1. 6-7. A los extranjeros los traeré a mi monte santo.

Los extranjeros estaban excluidos del pueblo de Dios. El profeta se hace eco del plan salvífico de Dios y anuncia que los extranjeros que adoren al verdadero Dios, se dedicarán a servirlo y a observar sus preceptos. Todo el que practique el derecho, haga justicia, reconozca y se someta a Yahvé, se entregue a él y le ame cumpliendo la ley, participará de la alianza hecha con Israel, será pueblo de Dios, hijo de Abrahán.

Salmo 66, 28.Oh Dios, que te alaben todos los pueblos, que todos los pueblos te alaben.

El salmo nos invita a bendecir a Señor por la vocación de todos los pueblos a formar parte del reino definitivo de Dios.

2ª lectura: Romanos 11, 13-15. 29-32. Para Israel los dones y la llamada de Dios son irrevocables.

Pablo comprueba que los gentiles aceptan la salvación y quiere despertar los celos en los judíos para que ellos también la acepten. La incredulidad de una parte de Israel entra en los planes providenciales de Dios; y, además, no es definitiva, sino solamente temporal. El objeto final es siempre la salvación de todo el pueblo israelita y, en última instancia, de toda la humanidad. Por encima de todas las infidelidades del pueblo israelita Dios permanece fiel a sus promesas.

Evangelio: Mateo 15, 21-28 Mujer, qué grande es tu fe.

Jesús alaba la fe profunda de la mujer cananea. La fe está por encima de las razas. Dios ayuda a quien cree así, con perseverancia y tenacidad, sin desfallecer ni darse por vencido precipitadamente, con la firme convicción de que sólo hay uno que pueda ayudar. El ruego de la mujer es atendido y la hija queda curada desde esta hora. Jesús no socorre a la mujer porque sea pagana, sino porque tiene una gran fe. Puedes leer 1 Reyes 17, 8-24.

Testigos del Señor: San Juan Berchmans

Nació en Diest, Bélgica, el 13 de marzo de 1599. Juan, su padre, era un honrado zapatero. Su madre Isabel procedía de una influyente familia; era hija de un regidor y burgomaestre de la ciudad. Ambos crearon un hogar bendecido con cinco hijos; tres ofrecieron su vida a Dios. El primogénito Juan mostró  precoces  rasgos  de  piedad y una excelsa devoción a la Inmaculada. Acudía a misa al alborear el día ayudando al oficiante en cuantas celebraciones hubiera. Y si al regresar del colegio hallaba la puerta de su casa cerrada, aprovechaba para ir a rezar ante la Virgen. Su inocencia y candor le granjearon la simpatía de quienes le conocían.  Valoraban  su  entrega  y  la diligencia que mostraba a sus 10 años de edad asistiendo a su madre paralítica tras una enfermedad. Sabían que hacía malabarismos para seguir sus estudios.

El P. Emmerich, canónigo premonstratense de la abadía de Tongerloo, le proporcionó una formación básica, y despertó en su corazón el anhelo de ser sacerdote. Feliz al poder vestir el traje talar acrecentó su piedad y su oración. En la biblioteca devoraba la Biblia y las biografías de los santos. A los 14 años, su padre, cercado por graves problemas económicos, le propuso seguir su oficio, lo que suponía relegar por completo su preparación. Juan expuso su ideal con tal convicción, que logró vencer la disconformidad de su progenitor. Con la ayuda de dos tías religiosas beguinas entró al servicio del canónigo P. Froymont en Malinas. Era el primer paso para obtener una beca; con su trabajo podría costeársela. La estancia junto al sacerdote no fue sencilla, aunque Juan tenía cualidades naturales para hacer las delicias de los que convivían a su lado. Dos de los tres niños que le asignaron para que les tutelase ingresaron a su tiempo en la Compañía de Jesús. La orden se había instalado en Malinas en 1611 y tres años más tarde inauguró un colegio. Juan ingresó en él.

En el colegio se afilió a la Congregación Mariana. Tras la lectura de la vida de Luís Gonzaga tuvo claro que quería ser jesuita. Además, le impactaba la posición de los religiosos ante la reforma luterana, tenía noticia de las cartas de Francisco Javier y de las gestas de los mártires ingleses. Envío a sus progenitores cartas verdaderamente edificantes, maduras y radicales defendiendo su vocación.

En el noviciado que comenzó en 1616, marcado en su inicio por la prematura muerte de su madre, constataron su caridad, fidelidad y amor a la oración. Todo lo ejercitada con la persistente urgencia que guiaba su acontecer. Juan influyó en su padre, que a la muerte de su esposa se ordenó sacerdote y fue canónigo de Diest. Murió un día antes de que él emitiera sus votos, un hecho que le produjo gran consternación y contrariedad, ya que nadie le dio noticias del óbito; lo conoció porque le escribió para fijar la cita de despedida antes de partir a Roma en 1618. Llegó a la ciudad después de recorrer a pie 1.500 km. En el Colegio Romano su piedad y consciencia de la presencia de Dios, que le ayudaba a sobrenaturalizar las cosas, fue de alta y continua edificación para todos.

Aprovechaba cualquier ocasión para santificarse. Superaba los pequeños escollos de la convivencia con paciencia y ternura, aunque humildemente reconocía cuánto le costaba: «Mi mayor penitencia, la vida común». Alegre, bondadoso, brillante desde el punto de vista intelectual, inocente, casto, servicial, con cualidades artísticas reconocidas para el teatro, fue como un ángel para la comunidad. Le guiaba su devoción por la Eucaristía y por María. Murió tras una breve e inesperada afección pulmonar que le afectó gravemente, el 13 de agosto de 1621. Pío IX lo beatificó en 1865 y León XIII lo canonizó en 1888.

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