Reflexión del viernes, 26 de febrero

Reconciliacion

Mt 5,20-26
     En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
     -«Si no sois mejores que los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos. Habéis oído que se dijo a los antiguos: «No matarás», y el que mate será procesado. Pero yo os digo: Todo el que esté peleado con su hermano será procesado. Y si uno llama a su hermano «imbécil», tendrá que comparecer ante el Sanedrín, y si lo llama «renegado», merece la condena del fuego. Por tanto, si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda. Con el que te pone pleito, procura arreglarte en seguida, mientras vais todavía de camino, no sea que te entregue al juez, y el juez al alguacil, y te metan en la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último cuarto.»

 

 

 

REFLEXIÓN

La ira se despierta contra lo que real o aparentemente nos impide continuar adelante libremente. La ira nace del deseo de quitar el obstáculo.

La ira puede ser justa o injusta. Un ejemplo de ira justa es la de Cristo cunado expulsa a los vendedores del templo. El único verdadero obstáculo en el camino hacia el bien es el mal. Podemos y debemos airarnos contra el mal, pero debe tratarse de un mal verdadero y no de un mal ilusorio. Debemos airarnos contra el pecado, contra el maligno, contra los malos pensamientos.

Cuando se trata de personas, la ira es justa sólo cunado su resultado es ciertamente el bien, cuando es útil para el prójimo y no le hace daño.

Por eso, aunque el rostro esté airado, en el corazón siempre debe permanecer el amor que domina y mitiga la ira, que mantiene en la justa medida y que sabe acoger la ocasión adecuada y las palabras justas para corregir al hermano.

A veces nos airamos injustamente. En el corazón surge el resentimiento y el deseo de venganza. Entonces, tratamos de humillar al prójimo con palabras, de demoler su autoestima, de denigrarlo delante de los demás.

Después, la acción deriva del sentimiento y las palabras.

La explosión de los sentimientos es más fuerte que cualquier buen sentido. Hay un santo que compara al airado con un epiléptico; no se puede razonar con él hasta que no pasa la explosión del cortocircuito que le trastorna. En estos casos, el mejor consejo es el mismo que se da muchas veces: respirar profundamente, contar hasta diez, cortar leña para la cocina, pero no sobre la cabeza del otro…

Seguramente después de un ataque de ira, se pide perdón; el impulso era demasiado fuerte, era imposible dominarse. Muchos santos han tenido un carácter impulsivo, pero con la gracia de Dios y un gran esfuerzo de voluntad llegaron a dominarse incluso en situaciones que llegarían a demonizar a las personas más tranquilas.

La explosión de la ira es señal de la debilidad del carácter. Pero es mucho más peligroso si la ira se retiene dentro. Se empieza a pensar con frialdad en la venganza, cerrándonos a toda posibilidad de perdón.

Cuando esto ocurre, escribe san Gregorio de Nisa, la persona se autoexcluye de los demás, porque medita en vengarse ella sola, sin la ayuda de Dios. Existe una curiosa oración para curar los momentos de ira que dice así y que conviene repetirla muchas veces: Te doy gracias Señor, porque no te necesito, porque me hago justicia yo solo, porque para el mal solo yo me basto.

pastoral

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