20 oct

Reflexión martes 20 octubre

Lectura del santo evangelio según san Lucas (12,35-38):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas. Vosotros estad como los que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle apenas venga y llame. Dichosos los criados a quienes el señor, al llegar, los encuentre en vela; os aseguro que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y los irá sirviendo. Y, si llega entrada la noche o de madrugada y los encuentra así, dichosos ellos.»

Palabra del Señor

Reflexión

      Hay un antes y un después de Cristo. No sólo porque después del encuentro con Jesucristo, empiezas a tener luz, alegría, esperanza. Porque puedes ver que eres amado gratuitamente por Dios, que tu vida tiene sentido.

También, porque experimentas que no estás solo. El que cree nunca está solo. Ha entrado en la dinámica de la comunión. Dios es comunión y, si acoges la salvación que viene de Dios, verás como el Espíritu Santo te hace salir de ti mismo y te lleva a la relación con Dios y los hermanos; te lleva a la comunión, te lleva a la donación. A descubrir que se es más feliz al dar que al recibir (cf. Hch 20, 35).

Por eso, hoy san Pablo nos habla de la realidad de la Iglesia: ya no sois extranjeros ni forasteros, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios. En Cristo, hasta el adversario y el enemigo se convierten en hermanos: Así, unos y otros, podemos acercarnos al Padre por medio de Cristo en un mismo Espíritu.

El Espíritu Santo nos lleva a la Iglesia, Él es el alma de la Iglesia.

Y la Iglesia no vive de sí misma,  vive edificada sobre el cimiento de los apóstoles y profetas,  y el mismo Cristo Jesús es la piedra angular. La Iglesia vive de Jesucristo, dejándose construir por el Espíritu, alimentándose con el pan de la Palabra y el pan de la Eucaristía, dejando que la vida nueva que recibimos en el Bautismo vaya creciendo cada día.

Por Cristo todo el edificio queda ensamblado, y se va levantando hasta formar un templo consagrado al Señor. Por él también vosotros entráis con ellos en la construcción, para ser morada de Dios, por el Espíritu. Hasta vivir para el Señor, tan llenos de Él y tan unidos a Él que como san Pablo, un día puedas decir: no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí (cf. Gal 2, 20). El que cree nunca está solo.

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