9 oct

Reflexión viernes 9 de octubre

Lectura del santo evangelio según san Lucas (11,15-26):

En aquel tiempo, habiendo echado Jesús un demonio, algunos de entre la multitud dijeron: «Si echa los demonios es por arte de Belzebú, el príncipe de los demonios.» Otros, para ponerlo a prueba, le pedían un signo en el cielo.
Él, leyendo sus pensamientos, les dijo: «Todo reino en guerra civil va a la ruina y se derrumba casa tras casa. Si también Satanás está en guerra civil, ¿cómo mantendrá su reino? Vosotros decís que yo echo los demonios con el poder de Belzebú; y, si yo echo los demonios con el poder de Belzebú, vuestros hijos, ¿por arte de quién los echan? Por eso, ellos mismos serán vuestros jueces. Pero, si yo echo los demonios con el dedo de Dios, entonces es que el reino de Dios ha llegado a vosotros. Cuando un hombre fuerte y bien armado guarda su palacio, sus bienes están seguros. Pero, si otro más fuerte lo asalta y lo vence, le quita las armas de que se fiaba y reparte el botín. El que no está conmigo está contra mí; el que no recoge conmigo desparrama. Cuando un espíritu inmundo sale de un hombre, da vueltas por el desierto, buscando un sitio para descansar; pero, como no lo encuentra, dice: “Volveré a la casa de donde salí.” Al volver, se la encuentra barrida y arreglada. Entonces va a coger otros siete espíritus peores que él, y se mete a vivir allí. Y el final de aquel hombre resulta peor que el principio.»

Palabra del Señor

Reflexión

En la Sagrada Escritura se habla de la división del reino entre septentrional y meridional después del período glorioso del rey Salomón.

Los cismas y las apostasías debilitan a la iglesia y su expansión en el mundo, pero la historia es el reflejo de lo que ocurre en el espíritu humano. El poeta latino Ovidio señala maravillado el comportamiento de quien predica el bien y hace el mal. San Pablo describe de modo dramático la división interior: “Por cuanto no hago el bien que quiero; antes bien, el mal que no quiero… me complazco en la ley de Dios según el hombre interior; pero veo otra ley en mis miembros” (Rm 7, 18) ¿Se puede vencer esta división? ¿O debemos resignarnos a ser, como decía Pascal, mitad ángel y mitad animal? Los movimientos ascéticos, el monaquismo, parten de la convicción optimista de que esta división puede ser superada, de que el hombre puede llegar a ser interiormente uno, para reunir después al mundo.

La división interior del hombre no puede provenir de Dios. Él ha creado el paraíso del corazón. Pero este es devastado por el mal, que aparece bajo formas de malos pensamientos, como la serpiente que entró en el paraíso. San Efrén compra el corazón humano con un pequeño jarrón. Si el jarrón está lleno, no podemos añadirle nada; si está vacío podemos llenarlo de cualquier cosa. El sentido de la metáfora doble, de la casa vacía y del jarrón vacío es el mismo: la mente vacía, no concentra nada útil, está expuesta al peligro de los malos pensamientos. El proverbio dice que el ocio es el padre de los vicios. De hecho, don Bosco creía en el principio pedagógico de mantener siempre ocupados a los muchachos con el trabajo y con los juegos, para que nunca tuvieran tiempo de pecar.

Debemos gobernarnos a nosotros mismos con el mismo principio: concentrarnos en el bien para no tener tiempo de pensar en el mal.

Mucha gente antes de morir confiesa que ha pasado mucho tiempo de su vida en cosas inútiles. Para prevenir este daño es mejor no perder nunca de vista el fin de nuestra existencia, como la cima de la montaña que queremos subir.

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