Condiciones de la competencia intercultural
Antes de comenzar el camino que nos puede llevar a la adquisición de lo que se denomina “competencia intercultural” hemos de revisar lo que somos, lo que hacemos y cómo lo hacemos. Este “examen” personal (¿qué he hecho?, ¿qué hago?, ¿qué he de hacer?) es imprescindible para avanzar en la calidad humana, necesaria, a su vez, para salir de uno mismo, de nuestras referencias e intereses, al encuentro con el otro. No cualquier encuentro es igualmente válido. El encuentro que se busca es aquél que nos enriquezca mutuamente, que nos ayude a crecer en esa calidad humana, y que nos permita construir una relación y un proyecto común en el que ambos podemos seguir siendo “diferentes”.
Para ello consideramos imprescindible el contacto personal y la práctica continuada de un diálogo entre iguales, entre personas que se reconocen aprendices en la tarea, siempre esforzada y en ocasiones costosa, de comprenderse mutuamente y de ponerse en el lugar del otro. Para ello, hemos de reconocer (no externamente, sino estando convencidos de ello) el derecho del otro a ser diferente. Son las experiencias biográficas y las múltiples pertenencias, no siempre elegidas en un primer momento (nadie elige en qué familia o país o momento histórico…, nace y el contexto y las implicaciones personales que ello tiene), además de nuestra libertad, nuestra responsabilidad y nuestras opciones, las que nos hacen ser como somos. Por tanto, partimos de una diversidad, de una diferencia, en cierto modo inevitable y perfectamente esperable.
Desde el conocimiento del otro que surge de aquella relación personal, de aquel encuentro, yo puedo comenzar a comprender, en un primer momento, por qué el otro parece diferente o en qué sentido lo es. No sólo eso, desde su experiencia, desde sus pertenencias, desde sus formas de responder a su realidad y desde sus opciones, quizás yo pueda cuestionar, interrogarme, “examinarme” en el sentido arriba indicado, acerca de mi propia experiencia, mis pertenencias, mis formas de responder a la realidad y mis propias opciones. Sólo desde aquí, yo puedo ver –y no sería malo reconocerlo con humildad y sencillez- las imperfecciones de lo propio. Y también, desde aquí, puedo descubrir lo que haya de verdad, de bondad, de justicia y de calidad humana, tanto en lo ajeno como en lo propio.
La pregunta, entonces, es si sabemos o no reconocernos a nosotros mismos en el otro y en el diferente, en sus preocupaciones y angustias, en sus legítimos intereses y en sus sueños, en sus alegrías y esperanzas. Sólo así podré acompañar a las personas en su camino, sin pretender que renuncien a aquél para asumir ellos el mío (eso no es más que una mera asimilación –no tienes derecho a ser lo que eres, tienes que ser como yo diga-, cargada de arrogancia y, probablemente, planteada desde una posición de poder).
¿Dónde vamos a llegar de este modo? ¡Quién sabe! Lo que sí podemos saber es que estamos en camino y que no nos podemos parar, salvo renunciando a seguir aprendiendo. Más claramente, hemos de asumir la transformación permanentemente inacabada de lo propio desde el cambio personal que es –y sólo puede ser- fruto de la relación. Sin embargo, la mera relación personal, siendo insustituible, no es suficiente, pues las personas vivimos en sociedad y la propia gestión de lo social debe responder a las exigencias de la igual dignidad de todos los seres humanos, primero, y a las exigencias de la justicia, inmediatamente después. Por ello, resulta necesario la participación en y la transformación de lo social y lo político desde el reconocimiento de la diversidad humana y el respeto a la diferencia.
De este modo, quizás acabemos descubriendo la radical unidad del género humano. Quizás constatemos que no somos, finalmente, tan diferentes como pensábamos. Que, como seres humanos, nos angustian las mismas cosas, compartimos los mismos anhelos y tenemos los mismos sueños. Que todos los hombres y mujeres de este mundo tenemos el mismo derecho a vivir una vida digna de ser vivida, que merecemos el mismo respeto y que hemos de encontrar las mismas oportunidades de desarrollo humano, familiar, profesional y social.