Una breve nota sobre logoterapia y psicoanálisis freudiano

La logoterapia, fundada por  Viktor Emil Frankl (1905-1997), es una orientación psicoterapéutica desarrollada sobre el psicoanálisis pero que va más allá del psicoanálisis. El mismo Frankl se consideraba un enano montado sobre los hombros de un gigante (se refería a Freud), idea que ya usara Bernardo de Chartres en el s. XII e hiciera suya el gran científico Isaac Newton (1643-1727). Pero así como el enano ve más allá que el gigante gracias a la altura que éste le presta, la logoterapia va más allá que el psicoanálisis. Éste habría aportado a la comprensión de la persona humana los cimientos subterráneos, mientras que la logoterapia atendería a su techado. En este sentido, mientras que el psicoanálisis es una psicología de bajura, la logoterapia lo es de altura.

El psicoanálisis se detiene en el análisis del laberinto subterráneo, que es la dinámica psíquica pulsional, inconsciente e incontrolable por la persona. Más todavía, asume que no hay nada más que eso, que eso es la persona: el yo es no más que un espejismo producido por la dinámica psíquica por la cual el organismo tiende a encontrar un estado de homeostasis, de equilibrio, en respuesta a la lucha que se mantiene entre el instinto pulsional y la exigencia de someterse a unas normas. No hay más que esto y, con esto, la persona queda elloificada, y con su elloificación, despersonalizada, esto es, despojada de lo que constituye su ser persona. Del yo, se diría con el psicoanálisis, responde el ello.

He aquí la aporía del psicoanálisis freudiano para Frankl: su «nada-más-que» antropológico, su carácter reduccionista, su homunculismo, su rebajamiento de la persona a meros juegos que escapan al propio control, a la propia voluntad, a la propia determinación. Con ello, la persona pierde la capacidad de autoposesión y de responder de su propia existencia, el «señorío-sobre-sí». Para Freud, la persona está motivada por la voluntad de placer, de satisfacer sus impulsos instintivos, es un ser forzado, impulsado por fuerzas extrañas al propio yo. El psicoanálisis freudiano comete un error categorial, puesto que el placer es, en todo caso, un producto del esfuerzo personal y no un objetivo per se. Las críticas de Frankl al psicoanálisis son generalizables a cualquier teoría psicológica que ofrezca una imagen disminuida del hombre (por ejemplo, el conductismo radical de Skinner).

Por otra parte, para Frankl en la persona humana bios, psyche y noûs constituyen una unidad orgánica –unitas multiplex, dice santo Tomás de Aquino-, si bien llevan a cabo cada una funciones diferentes en el orden de la realización de valores. Al igual que en un cuerpo existen diferentes órganos, todos necesarios y cada cual lleva a cabo su función, en la estructura de la persona estas tres dimensiones desempeñan un papel diferente: lo espiritual exige, lo psíquico realiza y lo corporal ejecuta. No obstante, si bien forman una unidad y son las tres necesarias, existe una jerarquía ontológica entre ellas, de tal modo que la dimensión espiritual es preeminente sobre las otras dos. Lo facultativo se impone a lo fáctico, lo noológico a lo psicobiológico. Desde un punto de vista axiológico esto implica que sobre los valores creativos (implican la ejecución) y sobre los valores experienciales (implican la posibilidad del goce), se sitúan los valores actitudinales, pues aunque los otros dos no sean posibles, siempre es posible  elegir una actitud ante las circunstancias vitales -imperativo incluso: no elegir no es posible, de suyo es ya una elección-. La idiosincrásica realización de valores sitúa y orienta existencialmente a la persona, la radica y la proyecta, la fundamenta y la impulsa.

Esta unidad somato-psico-noógena que es la persona humana no admite fragmentaciones reduccionistas, que tomarían el todo por la parte. Así, toda concepción antropológica que atienda exclusivamente a la dimensión somática (biologicismo), psicológica (psicologismo) o sociológica (sociológica) es deformadora de la realidad del hombre e imposibilita una comprensión cabal de la persona, de su ser y de su obrar. También el espiritualismo -desentenderse de las dimensiones biológica y psicológica- sería un reduccionismo que, como tal, habría que evitar: la persona es unidad, esto es, una e indivisible.

Autor: Dr. Ximo García

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