DE MORENA A RUBIA, EL CAMBIO RADICAL DE SUSANA DÍAZ

De morena a rubia, como el yin y el yang, esa podría ser la descripción de la transición estilística que ha experimentado la líder del PSOE andaluz, Susana Díaz a lo largo de sus escasos 41 años.

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Una transición donde el moreno y el rubio han sido y son en la vida de Díaz como el yin y el yang, que ejercen como dos energías opuestas que se necesitan y se complementan al mismo tiempo, siendo necesaria y dependiente la existencia de uno y la existencia del otro.

Susana Díaz es actualmente la presidenta de la Junta de Andalucía, por cierto, primera mujer que gana las elecciones en Andalucía y se convierte en inquilina del Palacio de San Telmo.

La presidenta del Parlamento Andaluz, proviene de una familia obrera del castizo barrio de Triana, Sevilla. En un ambiente humilde, así es como nació y creció Susana, la mayor de cuatro hermanas y cuyo padre fue fontanero del ayuntamiento hispalense.

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Díaz, que en su momento fue duramente criticada, no ha trabajado en ningún otro sitio que no sea su partido, aunque este hecho no ha sido el único en ser objeto de las críticas pues inició su carrera política a los 17 años dentro de Juventudes Socialistas, -organización juvenil del PSOE-, al mismo tiempo que nacía el susanismo, una política de rodillo “de conmigo o contra mí”.

Pero el objeto de este post no es analizar o valorar la trayectoria política, sirva lo arriba citado como contextualización de su personalidad y por tanto de su estilismo.

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La andaluza, erigida como gran referente institucional del PSOE, utiliza estilismos poco acordes a su edad, aunque bien es cierto que ha conseguido trasladar una imagen más fresca y más moderna que la de los que han estado durante casi 40 años en el Palacio de San Telmo, tal vez consciente de que el cuidado de la imagen es una de las partes más importantes dentro de la estrategia comunicativa que apoya sin duda el discurso y que antes o después logra traducirse en votos. Y ella… lo sabe.

En los estilismos de Susana Díaz no cabe la ostentación pues sabe que de lo contrario la brecha entre el político y el votante es prácticamente insalvable. Es por ello que los colores fetiche de la presidenta son el blanco, el rojo, el verde y el negro, colores básicos, formales y más conservadores. En la psicología del color el rojo es símbolo de fuerza, de vida y de pasión, aunque al mismo tiempo es el color referente del socialismo. El blanco (no se considera un color sino la suma de todos los colores) es pureza, luz y perfección. El verde es símbolo de vida, de frescura y de crecimiento personal, en resumen, un color análogo a lo vegetal y a la conciencia medioambiental, aunque en el caso de Susana Díaz la utilización de las prendas de color rojo, verde y blanco responde más a una estudiada puesta en escena pública, un corporativismo y la creación de marca, pues la bandera de Andalucía se compone de la combinación de blanco y verde (resulta visible la pulsera con la bandera de su comunidad autónoma que luce en su muñeca) y como hemos dicho el rojo es el color por excelencia del socialismo.  Susana sabe que hay colores que son una apuesta segura.

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Cierto es que la andaluza ha mejorado, como los buenos vinos, a lo largo de los años. Atrás queda el pelo rizado y moreno, las cejas depiladas al máximo y unos cuantos kilos de más. Díaz que es muy astuta, al ser diputada y senadora en Madrid, decidió ponerse al día con prendas de colores básicos y líneas rectas, cazadoras ajustadas, maquillaje más cuidado. Además, alargó su sustancial melena, la escalonó y la aclaró volviéndose en ocasiones rubia. Ya se sabe que vivir en la capital de España refina los gustos y seguramente su paso por Madrid supuso el punto de inflexión en su cambio de imagen.

Lo que no ha conseguido minimizar es el gusto por las prendas dos tallas más de la que le correspondería, aunque conociendo aparentemente su personalidad y su ambición, seguro no dudaría en dejarse aconsejar.

Al ámbito político en España le queda un gran camino por recorrer en cuestiones de marketing y comunicación tanto verbal como no verbal en la que se debería incluir el cuidado de la imagen pública, dejando de culpabilizar por frívolo al político que se preocupa por su imagen.

Ángeles Gómez. Antigua alumna del Máster en Marketing político y Comunicación institucional de la UCV.

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