27 feb

Reflexión Domingo 27 de febrero

Lectura del santo Evangelio según san Lucas.

En aquel tiempo, dijo Jesús a los discípulos una parábola:
«¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo? No está el discípulo sobre su maestro, si bien, cuando termine su aprendizaje, será como su maestro. ¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: “Hermano, déjame que te saque la mota del ojo”, sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano.
Pues no hay árbol bueno que dé fruto malo, ni árbol malo que dé fruto bueno; por ello, cada árbol se conoce por su fruto; porque no se recogen higos de las zarzas, ni se vendimian racimos de los espinos.
El hombre bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal; porque de lo que rebosa el corazón habla la boca».

Palabra del Señor.

Reflexión

La Palabra que se nos regala este domingo pone un termómetro a nuestra fe y nos muestra si ya nos hemos dejado de verdad iluminar y transformar por la luz de Cristo o estamos todavía ciegos.

“Para juicio he venido Yo a este mundo; para que los que no ven, vean, y los que ven, sean cegados.”, dice Jesús en el Evangelio según san Juan. Él es la luz del mundo, y su resplandor ilumina nuestro pecado, nuestra miseria, la viga de nuestro ojo… y con su amor lo cura y la saca. A medida que vayamos siendo sanados e iluminados por el Señor, estaremos preparados para ver con humildad la paja del ojo ajeno; y como seremos conscientes de lo que el Señor ha hecho sacando la viga de nuestro ojo, no juzguemos ni nos creeremos superiores al que tiene una mota u otra viga en su ojo.

En qué medida nos hemos dejado ya transformar por el Espíritu Santo lo relata Pablo en la carta a los Gálatas. Los frutos del Espíritu, dice, son: amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, lealtad, modestia y dominio de sí. El que se ha dejado curar e inundar del Espíritu de amor de Jesús vive dando estos frutos. Si nuestros frutos todavía son los propios de la carne (fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, enemistades, discordia, envidia, cólera, ambiciones, divisiones, disensiones, rivalidades, borracheras, orgías y cosas por el estilo…) todavía necesitamos acercarnos a Cristo con un corazón contrito y humillado, y con fe en su poder; para que tocando la orla de su manto, podamos ser curados por nuestro bien y el de todos los que están llamados a ser guiados a la luz de la fe a través de nosotros.

Feliz día del Señor!

 

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