Reflexión del martes, 13 de abril

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Jn 3,5a.7b-15

Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre.

En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo:

– «Te lo aseguro, tenéis que nacer de nuevo; el viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que ha nacido del Espíritu.

Nicodemo le preguntó:

– ¿Cómo puede suceder eso?

Le contestó Jesús:

– «Y tú, el maestro de Israel, ¿no lo entiendes? Te lo aseguro, de lo que sabemos hablamos; de lo que hemos visto damos testimonio, y no aceptáis nuestro testimonio. Si no creéis cuando os hablo de la tierra, ¿cómo creeréis cuando os hable del cielo? Porque nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre.

Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna».

 

Oración

Te pedimos, Señor,

que nos hagas capaces de anunciar la victoria de Cristo resucitado,

y pues en ella nos has dado la prenda de los dones futuros,

haz que un día los poseamos en plenitud.

Amén.

 

Reflexión

Nicodemo era un fariseo y, como buen fariseo, conocía la Ley. Pero el conocimiento de esta no bastaba. Faltaba algo para creer en Jesús. Al estar amoldado a las autoridades locales y a sus certezas, Nicodemo no podía dejarse sorprender por la novedad, no pudo ser capaz de reconocer a Dios en Jesús. La Ley no acogió la Gracia.

Hay que comprender la relación que existe entre la Ley y la Gracia. La Ley está en función de recibir la Gracia y la Gracia impulsa a no abandonar la Ley, algo así dijo san Agustín. Nosotros tenemos que descubrir diariamente que, en la Iglesia, las cosas se hacen de un modo concreto no por el mero hecho de hacerlas sino porque nos encaminan a recibir algo que solo Dios puede dar, y, una vez recibido, se nos hace fácil cumplir la Ley.

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