14 mar

Reflexión jueves 14 de marzo

Lectura del santo evangelio según san Juan (5,31-47):

En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos: «Si yo doy testimonio de mí mismo, mi testimonio no es verdadero. Hay otro que da testimonio de mí, y sé que es verdadero el testimonio que da de mí. Vosotros enviasteis mensajeros a Juan, y él ha dado testimonio en favor de la verdad. No es que yo dependa del testimonio de un hombre; si digo esto es para que vosotros os salvéis. Juan era la lámpara que ardía y brillaba, y vosotros quisisteis gozar un instante de su luz.

Pero el testimonio que yo tengo es mayor que el de Juan: las obras que el Padre me ha concedido llevar a cabo, esas obras que hago dan testimonio de mí: que el Padre me ha enviado. Y el Padre que me envió, él mismo ha dado testimonio de mí. Nunca habéis escuchado su voz, ni visto su rostro, y su palabra no habita en vosotros, porque al que él envió no lo creéis.

Estudiáis las Escrituras pensando encontrar en ellas vida eterna; pues ellas están dando testimonio de mí, ¡y no queréis venir a mí para tener vida! No recibo gloria de los hombres; además, os conozco y sé que el amor de Dios no está en vosotros.

Yo he venido en nombre de mi Padre, y no me recibisteis; si otro viene en nombre propio, a ese sí lo recibiréis.

¿Cómo podréis creer vosotros, que aceptáis gloria unos de otros y no buscáis la gloria que viene del único Dios? No penséis que yo os voy a acusar ante el Padre, hay uno que os acusa: Moisés, en quien tenéis vuestra esperanza. Si creyerais a Moisés, me creeríais a mí, porque de mí escribió él. Pero, si no creéis en sus escritos, ¿cómo vais a creer en mis palabras?».

Palabra del Señor

Reflexión

            El evangelio de hoy nos habla de los diferentes testimonios que han sido dados al hombre sobre la condición mesiánica de Cristo: el testimonio de Juan Bautista, las obras que el Padre hace a través del mismo Jesús y las Sagradas Escrituras.

Me centraré en este último testimonio, para recordar una idea fundamental de la fe cristiana: el hecho de que Cristo es el foco de luz que ilumina y dota de sentido todo el contenido de la Biblia. Él es el culmen y la plenitud de la Revelación de Dios al hombre.

Jesús establece un vínculo directo entre Él y la Escritura: Él mismo se presenta como el punto de referencia intrínseco y la clave de interpretación de las palabras sagradas[1]. Esta referencialidad de la Escritura a Cristo la explicaba hermosamente el Papa Benedicto XVI del siguiente modo: «Hay palabras en el Antiguo Testamento que permanecen, por decirlo así, todavía sin dueño. (…) El texto podría referirse a esta o aquella persona, (…), pero el verdadero protagonista de los textos se hace aún de esperar. Sólo cuando él aparece, la palabra adquiere su pleno significado»[2]. Y ¿quién es ese protagonista esperado? Cristo.

Por otro lado, cada uno de nosotros está llamado a dar testimonio de Dios, a ser presencia suya en medio del mundo. ¿Lo somos a través de nuestra entrega en la familia, en nuestra vida como consagrados, en el trabajo, etc.

[1] Cf. J. Ratzinger, La infancia de Jesús, Barcelona 2012, p. 10.

[2] Idem, p. 24.

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