4 may

Reflexión jueves 4 de mayo

Lectura del santo evangelio según san Juan 13, 16-20

Cuando Jesús terminó de lavar los pies a sus discípulos les dijo: «En verdad, en verdad os digo: el criado no es más que su amo, ni el enviado es más que el que lo envía. Puesto que sabéis esto, dichosos vosotros si lo ponéis en práctica. No lo digo por todos vosotros; yo sé bien a quiénes he elegido, pero tiene que cumplirse la Escritura: “El que compartía mi pan me ha traicionado”. Os lo digo ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda creáis que yo soy. En verdad, en verdad os digo: el que recibe a quien yo envíe me recibe a mí; y el que me recibe a mí recibe al que me ha enviado».

Palabra del Señor

Reflexión

  • Estos días atrás la liturgia de la palabra nos ha impulsado a escuchar la voz de Cristo, buen pastor, y seguirlo con decisión, tomarlo como modelo y referente de nuestro actuar. En este sentido la escena del lavatorio de los pies con la que se inaugura la última cena es una lección de primer orden para todos nosotros: la esencia de nuestro obrar está en el servicio a los demás, en la entrega.

Una entrega que está llamada en buena medida a ser gratuita, a no esperar de todos aquellos a quienes uno se da la correspondencia en el amor. Cristo lava los pies de sus discípulos aun a sabiendas de que Judas lo traicionará y de que el resto, a excepción del más joven, le abandonaran en el momento de la cruz.

No debemos ser ilusos: no podemos esperar que la los demás nos vayan a felicitar por el bien que le hemos hecho; e incluso en ocasiones recibiremos puñaladas de ingratitud por parte de aquellos a quienes hemos amado. De hecho, sólo uno de los diez leprosos que Cristo curó volvió para darle las gracias y fue traicionad por uno de sus más íntimos discípulos. Quizás esa sea la proporción de lo que pasa en este mundo. Sabemos de antemano que posiblemente, si nos damos a los demás, también nosotros sufriremos desengaños.

  • Pero Cristo nos muestra que siempre merece la pena darse a los demás: «en verdad os digo: el criado no es más que su amo, ni el enviado es más que el que lo envía. Puesto que sabéis esto, dichosos vosotros si lo ponéis en práctica».

Es claro que, en el campo de la vida eterna, Cristo nos ha enseñado que la bondad da una rentabilidad del ciento por uno, pero no hace falta poner la mirada en el más allá. La satisfacción de obrar el bien y ver la transformación de los otros, aunque no en todos ni de forma inmediata, produce más gozo y paz interior que los triunfos de este mundo.

Es cierto que no podemos establecer relaciones exclusivamente de entrega con todas las personas. La dinámica del amor exige la reciprocidad, dar y recibir. Una amistad o un matrimonio, por ejemplo, no se edifican únicamente sobre la entrega de uno de los dos. Pero con frecuencia tenemos la idea de que en este mundo no es rentable ser bueno, de que no conviene darse a los demás. De hecho solemos decir: “De tan buena persona que es, este es tonto”. Pero la alternativa ¿cuál es? ¿Encerrarnos en nosotros mismos, desconfiar de todos los que están a nuestro lado, vivir como un huraño y acumular cosas y más cosas? ¿Ese modo de vivir nos hará felices? No lo creo. Quizás hacer el bien, sentirse bien y recibir la gratitud y el cariño de una de las diez personas a las que hemos ayudado ya sea un éxito enorme[1]; quizás amar al otro cuando no se lo merece sea el mejor camino para que este descubra el camino del verdadero amor. Es lo que hemos aprendido de Cristo. Seguro que merece la pena.

[1] Cf. J. L. Martín Descalzo, Razones, Salamanca 2001, pp. 918s.

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