Reflexión jueves 6 de octubre
Lectura del santo evangelio según san Lucas (Lc 11, 5-13)
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Suponed que alguno de vosotros tiene un amigo, y viene durante la medianoche y le dice: “Amigo, préstame tres panes, pues uno de mis amigos ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle”; y, desde dentro, aquel le responde: “No me molestes; la puerta ya está cerrada; mis niños y yo estamos acostados; no puedo levantarme para dártelos”; os digo que, si no se levanta y se los da por ser amigo suyo, al menos por su importunidad se levantará y le dará cuanto necesite.
Pues yo os digo a vosotros: pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque todo el que pide recibe, y el que busca halla, y al que llama se le abre. ¿Qué padre entre vosotros, si su hijo le pide un pez, le dará una serpiente en lugar del pez? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión? Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que le piden?».
Palabra del Señor
Reflexión
- El evangelio nos invita a pedir a Dios con confianza. La serie de verbos fuertemente correlacionados entre sí: «Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá», nos persuade de que la oración nunca es una pérdida de tiempo.
Pedir a Dios no es un acto de egoísmo, sino todo lo contrario: de humildad. Supone reconocer nuestra incapacidad para lograr algo sólo por nuestras fuerzas; advertir que somos débiles, como los niños, y que necesitamos la ayuda de nuestro padre Dios.
- La paternidad de Dios, precisamente, es lo que pone de relieve el texto usando el contraste de vivas imágenes: El pez es un símbolo de Jesucristo; mientras que la serpiente evoca al enemigo por excelencia del hombre (cf. Gn 3). El huevo en la antigüedad era un símbolo de la vida; mientras que el escorpión, que lleva el veneno en la cola, evoca la muerte.
Dios no es un ser lejano, sino un Padre que sabe dar cosas buenas a sus hijos. Y, por ello mismo, quiere concedernos el Espíritu Santo. Dios no es una especie de mercader al que podamos pedir los caprichos que deseamos a cambio de la transacción de unas cuántas oraciones, sino un padre que no quiere que sus hijos se hagan daño y “mueran”. «Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que le piden?».
La hartura de las cosas puede provocar fácilmente el sentir que no necesitamos de Dios, volvernos engreídos y olvidarnos de que hemos sido rescatados por Dios de la “muerte” del pecado (cf. Dt 8,7-18).
A este respecto, resulta interesante la consideración Tatiana Goricheva, una conversa de origen ruso que había sido la fundadora del primer movimiento feminista de su nación. Expulsada de Rusia por convertirse al cristianismo, se trasladó a vivir a Viena. Allí le preguntaron por las dificultades que la población rusa estaba viviendo. Ella habló de las largas colas ante las tiendas de comestibles, del apretujamiento en las oficinas, etc. Pero añadió que en Viena había encontrado también dificultades, de otro tipo, pero dificultades: «el exceso de cosas hermosas, de cosas que a una la arrastran, si no está lo bastante orientada hacia el cielo. Aquí la tierra te puede tragar para siempre».
Es cierto. Por ello, para estar bien orientado, el cristiano debe vivir la virtud de la templanza y la actitud de desprendimiento. Así nos lo enseña también la oración del padrenuestro, que es fundamentalmente una oración de petición (hay siete peticiones), pero en la que pedimos el pan de cada día y no el del mes o el año.
Seamos sencillos mendigos del Señor. Así sea.