19 ene

Reflexión miércoles 19 de enero

Lectura del primer libro de Samuel 17,32-33.37.40-51

En aquellos días, Saúl mandó llamar a David, y este le dijo:

«Que no desmaye el corazón de nadie por causa de ese hombre. Tu siervo irá a luchar contra ese filisteo.»

Pero Saúl respondió:

«No puedes ir a luchar con ese filisteo. Tú eres todavía un joven y él es un guerrero desde su mocedad.»

David añadió:

«El Señor, que me ha librado de las garras del león y del oso, me librará también de la mano de ese filisteo.»

Entonces Saúl le dijo:

«Vete, y que el Señor esté contigo.»

Agarró el bastón, se escogió cinco piedras lisas del torrente y las puso en su zurrón de pastor y en el morral, y avanzó hacia el filisteo con la honda en mano. El filisteo se fue acercando a David, precedido de su escudero. Fijó su mirada en David y lo despreció, viendo que era un muchacho, rubio y de hermoso aspecto.

El filisteo le dijo:

«¿Me has tomado por un perro, para que vengas a mí con palos?»

Y maldijo a David por sus dioses.

El filisteo siguió diciéndole:

«Acércate y echaré tu carne a las aves del cielo y a las bestias del campo.»

David le respondió:

«Tú vienes contra mí con espada, lanza y jabalina. En cambio, yo voy contra ti en nombre del Señor del universo, Dios de los escuadrones de Israel al que has insultado. El Señor te va a entregar hoy en mis manos, te mataré, te arrancaré la cabeza y hoy mismo entregaré tu cadáver y los del ejército filisteo a las aves del cielo y a las fieras de la tierra. Y toda la tierra sabrá que hay un Dios de Israel. Todos los aquí reunidos sabrán que el Señor no salva con espada ni lanza, porque la guerra es del Señor y os va a entregar en nuestras manos.»

Cuando el filisteo se puso en marcha, avanzando hacia David, este corrió veloz a la línea de combate frente a él. David metió su mano en el zurrón, cogió una piedra, la lanzó con la honda e hirió al filisteo en la frente. La piedra se le clavó en la frente y cayó de bruces en tierra.

Así venció David al filisteo con una honda y una piedra. Lo golpeó y lo mató sin espada en la mano.

David echó a correr y se detuvo junto al filisteo. Cogió su espada, la sacó de la vaina y lo remató con ella, cortándole la cabeza. Los filisteos huyeron, al ver muerto a su campeón.

Palabra de Dios

REFLEXIÓN

En la primera lectura contemplamos conocida escena de la lucha entre David y Goliat, que nos presentan dos modos completamente distintos de vivir.

 

Goliat representa la fuerza, la soberbia y la arrogancia; David, la fe, la humildad y la confianza en Dios: Tú vienes contra mí con espada, lanza y jabalina. En cambio, yo voy contra ti en nombre del Señor del universo, Dios de los ejércitos de Israel al que tú has desafiado.

 

El rey Saúl ordena armar a David con su propia armadura. Pero David no puede ni siquiera caminar con ella. Al final, derrotará al gigante filisteo con unas pocas piedras, que inicialmente provocaron la risa y el desprecio de su enemigo.

 

Y con ello, la Palabra nos invita a descubrir lo que dice el Salmo 20: Unos confían en sus carros, otros en sus caballos; nosotros en el nombre del Señor, nuestro Dios.

 

Estamos en el mundo, pero no somos del mundo. Una de las tentaciones que siempre nos acechan es la de la mundanidad espiritual, como nos recuerda tanto el Papa Francisco (cf. EG 93s).

 

¿En qué consiste esta mundanidad?

 

Comienza por buscar la gloria humana y el bienestar personal, en lugar de buscar la gloria de Dios. Busca la apariencia, confía sólo en sus propias fuerzas, reduce la fe a puro subjetivismo y acaba viviendo una religiosidad sin una relación personal con un Dios, que es Padre; un cristianismo sin un Jesucristo vivo y resucitado y sin cruz; un evangelio reducido a valores; una iglesia sin comunidad; y una caridad sin prójimo…

 

       ¿Cómo se sana esta mundanidad? Dice el Papa Francisco que esta mundanidad asfixiante se sana tomándole el gusto al aire puro del Espíritu Santo, que nos libera de estar centrados en nosotros mismos, escondidos en una apariencia religiosa vacía de Dios. ¡No nos dejemos robar el Evangelio! (EG 97).

 

El Señor derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes (Lc 1, 52).

 

¡Ven Espíritu Santo!  (cf. Lc 11, 13).

 

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