9 dic

Reflexión sábado 9 de diciembre

Lectura del santo evangelio según san Mateo (9,35–10,1.6-8):

En aquel tiempo, Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, proclamando el evangelio del reino y curando toda enfermedad y toda dolencia.

Al ver a las muchedumbres, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, «como ovejas que no tienen pastor».

Entonces dice a sus discípulos:

«La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies».

Llamó a sus doce discípulos y les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y toda dolencia.

A estos doce los envió Jesús con estas instrucciones:

«Id a las ovejas descarriadas de Israel. Id y proclamad que ha llegado el reino de los cielos. Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, arrojad demonios. Gratis habéis recibido, dad gratis».

Palabra del Señor

Reflexión:

Es interesante observar la progresión de la misión en el Evangelio de Mateo: comienza dirigida exclusivamente a los israelitas y se expande luego para abarcar a todos los pueblos. Esta evolución plantea una reflexión profunda sobre la importancia de iniciar nuestra misión en casa, en nuestro entorno más cercano.

El hecho de que Jesús haya comenzado enviando a sus discípulos a los israelitas subraya la relevancia de cultivar un testimonio sólido en nuestro hogar. ¿Cómo se manifiesta nuestro compromiso con la misión en el ámbito familiar? Jesús nos desafía a llevar a cabo una misión que no solo se exprese en palabras, sino que también se refleje en acciones concretas, en signos tangibles de amor y servicio.

La conexión entre el envío de Jesús a los discípulos y la misión que emprendemos en nuestra propia casa es innegable. Así como Jesús realizó signos tangibles para demostrar el amor de Dios, nosotros también debemos traducir nuestras palabras en actos significativos. Nuestra misión no solo se trata de proclamar, sino de vivir el Evangelio de manera auténtica.

Al recordar que Jesús no limitó su misión a discursos, sino que la respaldó con acciones concretas, somos desafiados a hacer lo mismo. Nuestra misión no debe ser una mera retórica, sino una expresión palpable de amor, compasión y servicio. En este sentido, nuestro testimonio de vida se convierte en la herramienta más poderosa para comunicar el mensaje transformador del Evangelio.

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