Reflexión viernes 23 de junio
Del Evangelio según san Mateo 6, 19-23
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «No atesoréis para vosotros tesoros en la tierra, donde la polilla y la carcoma los roen y donde los ladrones abren boquetes y los roban. Haceos tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni carcoma que los roen, ni ladrones que abren boquetes y roban. Porque donde está tu tesoro, allí estará tu corazón. La lámpara del cuerpo es el ojo. Si tu ojo está sano, tu cuerpo entero tendrá luz; pero si tu ojo está enfermo, tu cuerpo entero estará a oscuras. Si, pues, la luz que hay en ti está oscura, ¡cuánta será la oscuridad!»
Palabra del Señor
Reflexión
El Señor nos pide, ¡atención!, que nos hagamos tesoros, pues estamos hechos para la riqueza, no para la pobreza. Lo dice bien claro: nuestro corazón está donde está nuestro tesoro… nuestro corazón es un órgano “tesorófilo”. Ahora bien, Él no está hablando de cualquier tesoro y de cualquier riqueza, sino de la riqueza verdaderamente valiosa. Por eso, los tesoros hemos de hacerlos, sí, pero en el Cielo, no en la tierra. En la tierra, el tesoro consiste en acumular dinero. En el Cielo, el tesoro es Dios mismo en cuanto visto y amado por cada uno, según los grados de gloria que alcancemos.
Lo llamativo y realista y eminentemente práctico de las enseñanzas de Cristo es que eso que disfrutaremos en la vida eterna, si llegamos a ella, depende de lo que hagamos en ésta: cuando aquí renunciamos a acumular riquezas por amor a Dios y al prójimo, y las repartimos y les damos buen uso, acumulamos riquezas eternas en el Cielo.
Algo más nos dice la Palabra de Cristo sobre el dinero. Y es que tiene mucho que ver con el ojo y la luz. Las riquezas terrenas, acumuladas codiciosamente, dejan a oscuras al hombre. La limosna (es decir, todas las obras de misericordia) clarifican la mirada. No solo la clarifican, nos hacen luz: ¡tu cuerpo entero tendrá luz!