28 abr

Reflexión viernes 28 de abril

Del evangelio según san Juan 6, 52-59

En aquel tiempo, disputaban los judíos entre sí: «¿Cómo puede este darnos a comer su carne?» Entonces Jesús les dijo: «En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. Como el Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre, así, del mismo modo, el que me come vivirá por mí. Este es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre». Esto lo dijo Jesús en la sinagoga, cuando enseñaba en Cafarnaún.

Palabra del Señor

Reflexión

La pregunta de los judíos manifiesta el crudo realismo de las palabras de Cristo. Cristo no dio pie a que entendieran sus palabras de un modo “espiritualista” o “etéreo”, de ahí la extrañeza de sus oyentes: «¿Cómo puede este darnos a comer su carne?». Y ante esta pregunta, Cristo no hizo por “desengañarlos” o por “aclarar sus palabras” para que no se malinterpretaran, como si se tratara de un acto de canibalismo, sino que siguió hablando con ese mismo tipo de palabras: mi carne, mi sangre, comer, beber.

Sí, Cristo quiso que quedara muy claro que lo que luego ocurriría en cada Santa Misa no es un mero recuerdo o una presencia “simbólica” de su Cuerpo y de su Sangre, sino una Presencia Verdadera, Real y Sustancial. Cristo no quiso que entendiéramos la Comunión como algo “sólo de pensamiento” o “sólo de intención”, sino como una verdadera inhabitación de Él en nosotros y de nosotros en Él.

Así ha sido siempre la fe de la Iglesia, fiel a las palabras y a la intención de Cristo. Puede servirnos como ejemplo, la enseñanza del gran santo y filósofo Justino, que apenas cien años después de Cristo explicaba así la Santa Misa:

«A nadie es lícito participar de la eucaristía si no cree e son verdad las cosas que enseñamos y no se ha purificado en aquel baño que da la remisión de los pecados y la regeneración, y no vive como Cristo nos enseñó. Porque no tomamos estos alimentos como si fueran pan común o una bebida ordinaria; sino que, así como Cristo, nuestro salvador, se hizo carne por la Palabra Dios y tuvo carne y sangre a causa de nuestra salvación de la misma manera, hemos aprendido que el alimento sobre el que fue recitada la acción de gracias que contiene las palabras de Jesús, y con que se alimenta y transforma nuestra sangre y nuestra carne, es precisamente la carne, la sangre de aquel mismo Jesús que se encarnó».

Con la misma fe y con gran claridad, el santo obispo de Jerusalén del s. IV, San Cirilo, explicaba esto mismo a los recién bautizados:

«No pienses, por tanto, que el pan y el vino eucarísticos son elementos simples y comunes: son nada menos que el cuerpo y la sangre de Cristo; de acuerdo con la afirmación categórica del Señor; y aunque los sentidos te sugieran lo contrario, la fe te certifica y asegura la verdadera realidad. La fe que has aprendido te da, pues, esta certeza: lo que parece pan no es pan, aunque tenga gusto de pan, sino el cuerpo de Cristo; y lo que parece vino no es vino, aun cuando así lo parezca al paladar, sino la sangre de Cristo; por eso, ya en la antigüedad, decía David en los salmos: El pan da fuerzas al corazón del hombre y el aceite da brillo a su rostro; fortalece, pues, tu corazón comiendo ese pan espiritual, y da brillo al rostro de tu alma. Y que con el rostro descubierto y con el alma limpia, contemplando la gloria del Señor como en un espejo, vayamos de gloria en gloria, en Cristo Jesús, nuestro Señor, a quien sea dado el honor, el poder y la gloria por los siglos de los siglos. Amén.»

Grande es el Misterio de nuestra fe.

pastoral

pastoral

Leave a Comment