El menor víctima, el menor en riesgo, por Lidón Villanueva

El menor víctima, el menor en riesgo, por Lidón Villanueva

menorCuando un menor se ve involucrado en problemas de violencia, puede hacerlo desde una doble vertiente: el menor como víctima, lo que se ha denominado el campo de la Victimología, o el menor como agresor, o campo de las infracciones infanto-juveniles. Sin embargo, existe una última posibilidad, y es que el menor sea una víctima-agresor.

Debido a esta última posibilidad, la separación entre víctima y agresor resulta más bien una diferenciación didáctica, porque en el caso de los menores no es totalmente cierta. Es decir, no siempre el chico/a víctima es una víctima pura, ni el chico/a agresor es únicamente el que ejerce la violencia contra otros. En la mayoría de las ocasiones, aquellos menores que han sufrido una larga experiencia de victimización, se convierten a su vez en agresores. Incluso puede ocurrir que durante un tiempo un menor desarrolle ambos papeles, víctima y agresor, de forma casi simultánea.

Este dato enlaza directamente con el concepto de “transmisión intergeneracional del maltrato” (Steele y Pollock, 1968). Este fenómeno, que se refiere precisamente a la continuidad del maltrato a través de las distintas generaciones (niños maltratados que se convertirán en adultos maltratadores), no resulta totalmente cierto, afortunadamente. Propuesto inicialmente como hipótesis explicativa del maltrato infantil, no presenta sin embargo, el apoyo empírico suficiente. Si nos atenemos a los datos procedentes de la investigación, los distintos autores (Chapman y Scott, 2001; Palacios, Jiménez, Oliva y Saldaña, 1998) parecen ponerse de acuerdo en que únicamente un 30-40 % de los menores maltratados es probable que reproduzcan patrones violentos de conducta que utilizaron con ellos mismos. Y ¿qué es lo que diferencia a ese 70-60 % de víctimas que no repite el patrón de violencia? Pues principalmente se puede hablar de tres aspectos: son poseedores de una buena red social y familiar que les apoya, presentan buenas habilidades sociales, así como una buena comunicación de experiencias, que rompe el aislamiento típico de las familias violentas.

A favor de la idea de romper con el ciclo de violencia, y en contra del determinismo, encontramos el estudio de la resiliencia infantil que ha emergido como tema de actualidad (Cyrulnik, 2002; Rutter, 2002; Richardson, 2002). El término de resiliencia, originariamente proviene de la mecánica, y se utiliza para indicar el índice de resistencia al choque de un material. En su vertiente psicológica equivale a resistencia ante el sufrimiento, refiriéndose tanto a esta capacidad, como a la capacidad de regeneración psíquica. A pesar de la juventud de la investigación en torno a este tema, Herman (2004) recoge los tres principales factores que parecen encontrarse asociados a esta capacidad de regeneración, y por lo tanto, a la no exposición a un trastorno por estrés postraumático: la puesta en marcha de estrategias de adaptación activas (por ejemplo, no quedarse bloqueado, la resistencia activa acompañada de emociones de enfado, ira, etc.), la alta sociabilidad, y un locus de control interno.

En resumen, Cyrulnik (2010) resume la capacidad de resiliencia como insumisión, no resignación, desobediencia o rebeldía. Pero no una rebeldía que implique la oposición a todo, sino que implique definirse con respecto a uno mismo, no llegar a la despersonalización. Algunos niños, ante la adversidad, se someten y tienen pocas oportunidades de mejorar su vida, mientras que otros son auténticos pequeños rebeldes, que saben que no tienen por qué someterse a todas las leyes, aunque provengan de los adultos. Tim Guénard, ejemplo de trayectoria resiliente, maltratado por su familia y posteriormente por el sistema de protección francés, lo expresa perfectamente en su libro “Más fuerte que el odio” (2002):

Se presentan dos soluciones: o bien obedezco al sistema hasta ser finalmente destruido, hasta ser reducido a la condición de un esclavo rastrero, o bien reacciono contra la injusticia y la incomprensión para ser por fin yo mismo y no seguir asfixiándome. Opto por la rebelión” (2002, p. 71-72).

La resiliencia psicológica en este caso nos estaría indicando las diferencias individuales en la respuesta al sufrimiento, así como la amplia heterogeneidad y especificidad en el resultado. Y en este sentido, sería un concepto complementario a incluir en los modelos teóricos de análisis de las consecuencias de las victimizaciones infantiles.

Autora del artículo «El menor víctima, el menor en riesgo»

LIDONLidón Villanueva Badenes es profesora titular de Psicología Evolutiva en la Universitat Jaume I de Castellón. Es diplomada en Magisterio Infantil, doctora en Psicología y postgrado en Psicología Forense. Su área de investigación principal es el desarrollo socioemocional infantil y juvenil, en torno al cual ha realizado diversas publicaciones nacionales e internacionales. Asimismo, ha liderado y participado en proyectos de investigación sobre la influencia de los factores de riesgo en la comisión de infracciones juveniles.

 

Máster Universitario en Psicología Jurídica

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Fuente de las imágenes: Pixabay

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