APRENDER A SER HERMANOS Y HERMANAS

yolanda

 

«Esta nueva encíclica del Papa Francisco, creo que ofrece tres líneas pedagógicas de interés desde las que hemos de situarnos como educadores:
1. Alteridad, encuentro y diálogo. Todos necesitamos una comunidad en la que apoyarnos. Nosotros somos gracias al “otro”
que nos da identidad, nos ayuda a crecer, nos hace comunidad y nos abre al mundo. Nuestra existencia está unida a los demás.
Esta línea educativa supone salir de nuestros parámetros egoístas, individualistas y autorreferenciales propio de modelos pedagógicos que entienden a la persona como un medio para los fines productivos y mercantilistas. Los educadores hemos de
acoger incondicionalmente al alumno independientemente de sus creencias o cultura. Desarrollar estos dinamismos educativos de apertura y hospitalidad permite activar procesos tan potentes como la escucha activa y el diálogo. Acercarnos al otro sin prejuicio, conocerle y comprenderle es esencial para el buen desempeño de nuestra misión educativa.
2. Esperanza y fraternidad. Los educadores no podemos ser cómplices de la visión instrumental del ser humano. La encíclica nos interpela para actuar desde la responsabilidad fraterna, acogiendo y cuidando la fragilidad, no únicamente a los más fuertes. Educar en la esperanza implica formar en el servicio y desarrollar en nuestros estudiantes un pensamiento crítico que cree estilos de vida profundos basados en el bien común. Educar en la esperanza y fraternidad es educar en el respeto inalienable de la dignidad humana.
l3. Ágape. La actitud agápica nos aleja de los miedos, de los prejuicios y de las conductas excluyentes que nos privan de encontrarnos con el otro y nos ayuda a acompañar, sostener y cuidar a los más débiles. Educar en y desde esta dimensión afectiva favorece una educación integral apoyada en valores y virtudes.
El motor del proceso educativo de esta dimensión amorosa es la gratuidad. La cultura actual del descarte y del bienestar va
acompañada de un modelo educativo excluyente centrado especialmente en las demandas socioeconómicas de producción, potenciando solo algunas dimensiones intelectivas de los estudiantes.
Eludir la integralidad en la educación favorece que tengamos ciudadanos que actúen desde valores superficiales y no desde el bien común. Esta encíclica nos hace reflexionar y ponernos en camino a los educadores hacia un mismo horizonte:
la educación entendida como arte de vivir. Y para “aprender a vivir” hay que valorar la importancia no solo de los saberes que van a capacitar en la adquisición de competencias técnicas, sino también considerar la relevancia que tiene el cuidado de la
fragilidad, el sentido de los vínculos y la necesidad de fomentar el desarrollo integral y pleno de nuestros alumnos.
Creo que es una lectura esencial básicamente por tres razones:
1) porque el diagnóstico que se hace en la primera parte de la encíclica nos ayuda a comprender el sentido actual de una educación del que desafortunadamente participamos y no se puede actuar sin comprender; 2) porque el verdadero
sentido de la fraternidad y amistad social que se desarrolla sugiere poner siempre a la persona en el centro de todo proceso educativo, independientemente de las variables externas condicionantes que tanto nos traicionan; 3) porque nos ayuda a responder, con profundidad y desde una vertiente más práctica, a las grandes preguntas: a quién educar, en qué educar, cómo educar y para qué educar. Fratelli Tutti es fuente de inspiración para nuestra labor educativa y vocación docente.»

Capturaa

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